Julio Cortázar y Aurora Bernárdez

 

[…] Los había conocido a ambos un cuarto de siglo atrás, en casa de un amigo común, en París, y desde entonces, hasta la última vez que nos vimos juntos, en Grecia, nunca dejó de maravillarme el espectáculo que significaba ver y oír conversar a Aurora y Julio, en tándem. Todos los demás parecíamos sobrar. Todo lo que decían era inteligente, culto, divertido, vital. Muchas veces pensé: «No pueden ser siempre así. Esas conversaciones las ensayan en su casa, para deslumbrar luego a los interlocutores con las anécdotas inusitadas, las citas brillantísimas y esas bromas que, en el momento oportuno, descargan el clima intelectual».

[…] Cada vez que él y Aurora llamaban para invitarme a cenar era la fiesta y la felicidad y ese recinto misterioso que, según la leyenda, existía en su casa, en el que Julio se encerraba a tocar la trompeta y a divertirse como un niño: el cuarto de los juguetes. […] El cambio de Cortázar, el más extraordinario que me haya tocado ver en ser alguno, una mutación que a veces se me ocurrió comparar con la que experimenta el narrador de Axolotl, ocurrió, según la versión oficial que él mismo consagró, en el mayo francés de 1968. Tenía cincuenta y cuatro años.

[…] Pero el cambio de Julio fue mucho más profundo y abarcador que el de la acción política. Estoy seguro que empezó un año antes del 68, al separarse de Aurora. En 1967, ya lo dije, estuvimos los tres en Grecia trabajando juntos como traductores. Pasábamos las mañanas y las tardes sentados a la misma mesa, en la sala de conferencias del Hilton, y las noches, en los restaurantes de Plaka, al pie de la Acrópolis, donde infaliblemente íbamos a cenar. Cuando regresé a Londres, le dije a Patricia: «La pareja perfecta existe. Aurora y Julio han sabido realizar ese milagro: un matrimonio feliz». Pocos días después recibí carta de Julio anunciándome su separación. Creo que nunca me he sentido tan despistado.

La próxima vez que lo volví a ver, en Londres, con su nueva pareja, era otra persona. Se había dejado crecer el cabello y tenía unas barbas rojizas e imponentes, de profeta bíblico. Me hizo llevarlo a comprar revistas eróticas y hablaba de marihuana, de mujeres, de revolución, como antes del jazz y de fantasmas. […] ¿ Era Julio Cortázar? Desde luego que lo era, pero como el gusanito que se volvió mariposa o el faquir del cuento que luego de soñar con maharajás, abrió los ojos y estaba sentado en un trono, rodeado de cortesanos que le rendían pleitesía.

Este otro escritor, me parece, fue menos personal y creador como escritor que el primigenio. Pero tengo la sospecha de que, compensatoriamente, tuvo una vida más intensa, y acaso más feliz que aquella de antes en la que, como escribió, la existencia se resumía para él en un libro. Por lo menos, todas las veces que lo vi, me pareció joven, exaltado, dispuesto. Si alguien lo sabe, debe ser Aurora, por supuesto. Yo no cometo la impertinencia de preguntárselo. […]

(Fuente: Mario Vargas Llosa. Prólogo a los Cuentos Completos de Julio Cortázar. Alfaguara)

Cortázar y «el misterio de Isabel Olo»

Buenos Aires, lunes 4 de noviembre de 1957


Querido Jean:
Ustedes se habrán preguntado por qué nuestro avión tardó tanto en despegar. El episodio es divertido y vale como muestra de la organización rioplatense. Ocurrió que nos sentamos todos, y entonces vino un señor y nos contó como se cuentan las ovejas de un rebaño. Al llegar al último dio
un salto de sorpresa. En su lista había 29 pasajeros y no éramos más que 28.
Todo el mundo miró debajo de los asientos, en los bolsillos, etc., pero siempre faltaba uno.
Consultadas las listas el ausente resultó ser una señora llamada Isabel Olo. Por más que gritaban su nombre, nadie respondía. Hubo una pausa dramática y subió al avión un funcionario de aire policial, que nos miró como si fuera a electrocutarnos séance tenante y luego pronunció las siguientes palabras: «Señores, no me explico lo que ocurre. Voy a leer la lista de pasajeros y ustedes levantarán la mano a medida que los nombre». Con gran espíritu de colaboración y maldiciendo a la señora Isabel Olo, empezamos a levantar la mano como chicos de cuarto grado. La lista parecía haber sido escrita por un chico de quinto grado, de modo que el ambiente escolar era perfecto. Para darle una idea de cómo la gastaban los empleados de Aerolíneas, Pluna,o quién sea, le diré que Aurora se convirtió en «señora Aurora Beralde» y yo en señor «Julio Carlaza». Varios otros
pasajeros reconocieron con idénticas dificultades sus nombres, pero al final todos menos uno levantamos las manos. El menos uno se levantó, rojo como un pimiento, y dijo que él era el señor Israel Boló. No era necesario un gran esfuerzo intelectual para darse cuenta que el pobre Israel Boló
había sido transformado por el autor de la lista en la señora Isabel Olo. Ya se puede imaginar las risas de algunos, la indignación de otros, y el ambiente general de tomada de pelo que reinaba en la aeronave..
El resto del viaje fue sans histoire…

(Fuente: Julio Cortázar. Cartas 1937-1963. Alfaguara)

«No sabían quién era Beethoven»

Cortazar

De Julio Cortázar a Eduardo Castagnino

Bolívar, 23 de mayo de 1937

Ya sé, ya sé. Habrás protestado de lo lindo por mi silencio, ¿no es cierto? […]. Recién hoy, domingo, me siento más libre. Es de mañana y estoy solo… Este Colegio Nacional de Bolívar es un gran edificio relleno a medias de estudiantes y algunos profesores. Prácticamente aún no se ha hecho nada en materia de enseñanza y he tenido oportunidad de enterarme de algunas pequeñas comidillas. Por ejemplo, que de no venir varios profesores-entre los cuales nos contamos-, la inspección hubiera armado un tremendo escándalo, ya que a un mes de iniciadas las clases (!) la única materia que se dictaba era Ciencias Biológicas. Además, Música, pero eso no es una materia; eso es algo inefable, algo que va más allá de las palabras. Presenciar clases de Música en los colegios secundarios significa horrorizarse hasta el punto de que yo, tras de la experiencia, llego a sentir cierta simpatía por Canaro.[…]. La vida aquí me hace pensar en un hombre a quien le pasean una aplanadora por el cuerpo. Sólo hay una escapatoria, y consiste en cerrar la puerta de la pieza en que se vive- y buscar un libro, un cuaderno, una estilográfica. Nunca, desde que estoy aquí he tenido mayores deseos de leer. Porsuerte que me traje algunas cosas, y podré, ahora que estoy más descansado, dedicarles tiempo. El ambiente, en y fuera del hotel, en, y fuera del Colegio, carece de toda dimensión. Los microbios, dentro de los tubos de ensayo, deben tener mayor número de inquietudes que los habitantes de Bolívar. Ayer, como excepción honrosísima y fenómeno increíble, encontré a una persona que «ha oído hablar» de Arturo Marasso. Imaginate que en tercer año del nacional, no sabían quién era Beethoven.[…]

Julio Cortázar. Cartas 1937-1963. Alfaguara.