La nueva novela de Elena Ferrante

«Dos años antes de irse de casa, mi padre le dijo a mi madre que yo era muy fea. Lo dijo en voz baja, en el departamento que habían comprado de recién casados en el Rione Alto, sobre San Giacomo dei Capri. Todo -los espacios de Nápoles, la luz azulada de un febrero gélido, aquellas palabras- quedó en suspenso. Yo en cambio resbalé y sigo resbalando también ahora dentro de estas líneas que quieren darme una historia, cuando en verdad no son nada, nada mío, nada que haya realmente comenzado o cumplido: solo una equivocación que nadie, ni siquiera quien está escribiendo en este momento, sabe si contiene el hilo de una narración o es solo dolor desaliñado, sin redención».

Así empieza «La vita «La vita bugiarda degli adulti» (La mentirosa vida de los adultos), que acaba de llegar a las librerías italianas con el sello de Ediciones e/o. La expectativa es altísima, porque la autora de la novela es Elena Ferrante, la misteriosa autora de la tetralogia de L’amica geniale.

Esta es la historia de Giovanna -Giannina, 12 años- que vive en una casa llena de libros. Hija de dos docentes, no quisiera decepcionar sus expectativas de sus padres, dos exponentes del progresismo de los 90. Giovanna es la protagonista y voz narrativa de la nueva novela de Ferrante, que llega cinco años después de la publicación de Storia della bambina perduta (2014), el último volumen de L’amica geniale.

El desafío es muy grande, considerando que la saga de Lila y Lenú -las protagonistas de L’amica geniale– vendió más de diez millones de ejemplares en todo el mundo.

Esta vez Ferrante nos lleva de nuevo a Nápoles, pero el rione pobre de las niñas anteriores se convierte en los barrios del Rione Alto y el Vomero. Sin embargo, esta historia también sabe de vidas paralelas: y sus 336 páginas llevan a descubrirlas, entre las transformaciones y perturbaciones del crecimiento, el desencanto, las traiciones y las mentiras de los adultos.

La vida de Giovanna se sigue hasta los 16 años, entre conflictos familiares e iniciación sexual. Nada es como le dijeron: y la adolescente podrá comprobarla descubriendo la historia de Vittoria, su tía paterna, el punto fuerte de esta novela con la que Elena Ferrante tal vez comience una nuva saga.

La búsqueda y descubrimiento de esta tía, con la que desde hace tiempo el padre de Giovanna rompió toda relación, es la que alimenta los miedos, los hallazgos, las mentiras y verdades de la protagonista. La tía Vittoria, fea y malvada según el retrato familiar, se traslada así a las palabras de Giovanna: «Le miré por pocos momentos el rostro sin maquillaje, y después desvié la mirada al piso. Vittoria me pareció de una belleza tan insoportable que era una necesidad considerarla fea».

Para esperar la salida de la novela, el 6 de noviembre, desde las 21.30 hasta la medianoche, hubo lecturas anticipadas de algunos tramos en las librerías Feltrinelli de Milán, Roma y Nápoles. Esa misma noche se proyectó el documental «Ferrante Fever», realizado a partir de las entrevistas con testigos autorizados, como la traductora de Ferrante, y colegas escritores como Roberto Saviano, Francesca Marciano, Elizabeth Strout y Jonathan Franzen.

Vuelve Natalia Ginzburg (el «efecto Ferrante»)

El éxito arrollador de L’amica geniale en lengua inglesa devuelve al centro de la escena a otras escritoras italianas. Especialmente a la autora de Lessico Famigliare.

Gracias al «efecto Ferrante» -al arrasador éxito de las novelas de la cuatrilogía napolinana de L’amica geniale– Estados Unidos redescubre a Natalia Ginzburg. «Una de las grandes autoras italianas del siglo XX», como la describió el New York Times, saludando la publicación en inglés de dos obras de ficción de Ginzburg, fallecida en Roma en 1991. El 25 de junio llegarán a las librerías estadounidenses la novela de 1947 È stato così, en la versión clásica en inglés de Frances Frenaye de 1949, y Caro Michele, nuevamente traducido por Minna Zallman Proctor, con el nuevo título de Happyness as Such.

Ambas novelas siguen, dos años después, a la reedición para el mundo anglosajón de la obra maestra autobiográfica de Ginzburg, Lessico Famigliare (1963), en una nueva traducción de Jenny McPhee con introducción de Tim Parks. Mientras tanto, en Gran Bretaña el año pasado Daunt reeditó la colección de ensayos de 1962 Le Piccole Virtù, y en febrero reimprimió Le Voci della Sera.

«Es un poco como leer a Ferrante, con la diferencia de que mientras lees a Ferrante tienes la impresión de hacerte una nueva amiga, mientras con Ginzburg es más bien hallar un mentor», escribió en el Guardian Lara Feigel. .

En 1991, el New York Times había rendido homenaje a Ginzburg en una nota necrológica de William H. Honan, donde se indicaba que la escritora había sido «inicialmente liquidada como una autora menor debido a su interés por la vida familiar». «Escribo sobre las familias -había dicho Ginzburg a su vez un año antes- porque es donde todo comienza». El redescubrimiento fue lento pero constante: «Hay algo de Beckett en su prosa, de Chejov, al que admiraba mucho; del último Shakespeare donde a menudo las tragedias son en bambalinas». «Ginzburg nos dio un nuevo modelo para la voz femenina», se hizo eco un año más tarde la escritora Rachel Cusk. Hoy para el New York Times esta vez es «instantánea, casi violentamente reconocible: distante, divertida y melancólica. ¿De dónde viene su estilo? ¿Conscientemente construido o inconscientemente ocultado? ¿Inventado o heredado? El sello de Ginzburg es inconfundible, tan circunscrita por su tiempo» y al mismo tiempo tan universal «que no hace falta background agregado para apreciarla».

Aquí los invitamos a leer el comienzo de Lessico famigliare:

Cuando yo era pequeña y vivía en casa de mis padres, si mis hermanos o yo volcábamos un vaso encima del mantel o se nos caía un cuchillo, mi padre tronaba: «¡No hagáis groserías!».Si mojábamos el pan en la salsa, gritaba: «¡No rebañéis los platos! ¡No hagáis mejunjes!».

Los cuadros modernos también eran, según mi padre, cochinadas y mejunjes; no los podía soportar.

Decía: «¡No sabéis comportaros en la mesa! ¡No se os puede llevar a ningún sitio!».

Y decía: «Si fuerais a una table d’hôte de Inglaterra, os echarían enseguida por hacer cochinadas».

Tenía en gran estima a Inglaterra. Consideraba que era el mayor ejemplo de civilización del mundo.

Durante las comidas solía hablar de las personas que había visto ese día; era muy severo en sus juicios y todo el mundo le parecía estúpido. Para él, un estúpido era «un tonto». «Me ha parecido un grandísimo tonto», decía de alguien a quien acababa de conocer. Además de los tontos, estaban los «palurdos». Para mi padre los «palurdos» eran las personas que se comportaban torpe y tímidamente, las que se vestían de forma inapropiada, las que no sabían montañismo y las que no sabían idiomas.

Llamaba «palurdez» a cada acto o gesto nuestro que juzgaba fuera de tono. «¡No seáis palurdos! ¡No hagáis palurdeces!», nos gritaba continuamente. La gama de las palurdeces era muy amplia. Llamaba «palurdez» a ir con zapatos de ciudad a las excursiones al monte, a entablar conversación, en el tren o por la calle, con un compañero de viaje o con un transeúnte, a hablar con los vecinos desde la ventana, a quitarse los zapatos en el salón y calentarse los pies en el radiador, a quejarse de sed, de cansancio o de rozaduras en los pies durante las excursiones al monte y a llevar a ellas comidas grasientas y servilletas para limpiarse los dedos.

A las excursiones sólo se podía llevar un determinado tipo de alimentos: queso fontina, mermelada, peras y huevos duros, y sólo se podía tomar el té que él mismo preparaba en el hornillo de gas. Inclinaba sobre éste su cabeza absorta con el pelo rojo cortado a cepillo y protegía la llama del viento con su chaqueta de lana de color hollín, chamuscada y pelada por la zona de los bolsillos; todas las vacaciones llevaba la misma.

No permitía que nos lleváramos coñac ni terrones de azúcar a las excursiones, porque decía que eso era «de palurdos», y no nos podíamos parar a merendar en los chiringuitos porque era una palurdez. También era una palurdez ponerse un pañuelo o un sombrero de paja para que no nos diera el sol en la cabeza, cubrirnos con impermeables con capucha cuando llovía y anudarnos bufandas al cuello. Todas estas protecciones eran muy importantes para mi madre, que todas las mañanas, antes de salir de excursión, las metía en la mochila, pero mi padre, nada más verlas, las volvía a sacar encolerizado.

Durante las excursiones, nosotros, con nuestros zapatos de clavos duros y pesados como el plomo, medias de lana, pasamontañas, gafas de nieve sobre la frente, y el sol cayendo de plano sobre nuestras sudorosas cabezas, mirábamos con envidia a los «palurdos» que subían, ligeros, con zapatillas de tenis, o se sentaban a tomar nata en los chiringuitos.

Mi madre decía que ir de excursión al monte era «la diversión que el diablo daba comer fuera, porque, después de comer, le gustaba leer el periódico y echarse la siesta en el sofá.

Pasábamos todos los veranos en la montaña, donde alquilábamos una casa por tres meses, de julio a septiembre. Solían ser casas alejadas del pueblo, y mi padre y mis hermanos iban todos los días con la mochila a la espalda a hacer la compra a la aldea. Como no había ningún tipo de diversión o distracción, nos pasábamos toda la tarde metidos en casa: mi madre, mis hermanos y yo alrededor de la mesa, y mi padre leyendo en la parte opuesta de la casa. De vez en cuando se asomaba desconfiado y frunciendo el ceño a la habitación donde estábamos charlando y jugando, y se quejaba a mi madre de que nuestra criada Natalina le había desordenado los libros.

«Tu querida Natalina es una demente», decía, sin importarle que ésta pudiese oírlo desde la cocina. De todos modos, Natalina ya estaba acostumbrada a esa frase y no se ofendía en absoluto.

Una amiga genial… en tv

ferranteVer el relato que se ha creado convertido en miniserie de televisión es un «cambio radical», dijo la escritora italiana Elena Ferrante al New York Times, consultada sobre la transformación de su novela La amiga estupenda (L’amica geniale) para la pantalla chica, gracias a una producción HBO-RAI en preparación.
Los personajes, el barrio, «dejan el mundo de los lectores para entrar en aquel, mucho más vasto, de los telespectadores, encuentran personas que nunca leyeron sobre ellos y que por circunstancias sociales o por elección nunca lo habrían
hecho. Es un proceso que me intriga», agregó.
La miniserie, que se basará en la primera novela de la tetralogía napolitana de Ferrante, convertida en un best-seller mundial, será dirigida por Saverio Costanzo, realizador ganador de un David di Donatello, con producción de Lorenzo Mieli y Mario Gianani para Wildside, y de Domenico Procacci para Fandango.
«Las ciudades no tienen una energía propia», dijo Ferrante -que desde siempre protege su identidad con un pseudónimo- cuando se le preguntó si espera que surja de la serie una
imagen distinta de Nápoles para el mundo respecto de la que ofrece Gomorra, sobre las investigaciones de Roberto Saviano relativas a la camorra.
Esta energía -agregó- «deriva de la densidad de su historia, del poder de su literatura y de sus artes, de la riqueza emocional de los acontecimientos humanos que allí tienen lugar. Espero que el relato visual provoque emociones auténticas, sentimientos complejos y también contradictorios. Esto es lo que nos hace enamorar de la ciudad».
La escritora no participa directamente en la escritura del guión -«no tengo las capacidades técnicas para hacerlo», afirma- pero está contribuyendo con algunas sugerencias en las decisiones para el set, en fase de montaje cerca de Caserta, escribe el periodista del New York Times Jason Horowitz. En las últimas semanas, Horowitz ya había contado sobre una jornada de casting en Nápoles para la serie. (Ver aquí Artículo del New York Times sobre el casting de L’amica geniale)
«Leo los textos y mando notas detalladas. Todavía no sé si las tendrán en cuenta, pero es muy probable que las usen más adelante en la última versión del guión», agregó la escritora.
Sobre la elección de las dos protagonistas, Lila y Lenú, subrayó que «los niños actores retratan a los niños como los adultos imaginan que deberían ser. (En cambio) los niños que no son actores tienen algunas posibilidades de salir del estereotipo, especialmente si el realizador es capaz de hallar el justo equilibrio entre ficción y realidad».
Para Ferrante, L’amica geniale no es una fábula, sino «un relato realista. Es la infancia la que se ve coloreada por elementos de lo fantástico, y seguramente Lila también. Por cuanto concierne a la fidelidad al libro, espero que sea en forma compatible con la necesidad del relato visual, que usa diferentes instrumentos para obtener los mismos efectos».
Finalmente la escritora también opina cuando le preguntan si espera, o teme -dada la participación de HBO- que la serie se convierta en un fenómeno mundial, una suerte de «Game of Thrones» a la italiana. «Lamentablemente -dice- no ofrece el mismo tipo de articulaciones narrativas».

Fuente: ANSA