Por Teresa Teramo
La policía irrumpe de manera violenta en una vivienda y —armados, a la fuerza y con gritos— saca de la cama a un chico de 13 años y lo lleva detenido, ante el desconcierto y la desesperación de su padre, madre y hermana mayor. El operativo movilizó a varios patrulleros y más de una decena de oficiales que alteraron el ritmo sereno del barrio de una ciudad pequeña. Así comienza la serie británica Adolescencia (Philip Barantini, 2025) que tuvo en la plataforma de Netflix más de 24 millones de visionados en la primera semana de emisión.
Una pregunta guía los cuatro episodios —rodados cada uno en un plano secuencia lo que acentúa la sensación de inmersión en la historia—: ¿por qué Jamie Miller de rostro angelical, familia atenta, educación escolar… mató a una compañera de colegio de varias puñaladas? Lejos de ofrecer respuestas inmediatas, la serie despliega capas de lectura, poniendo en cuestión las nociones convencionales de culpabilidad, responsabilidad y formación moral en la adolescencia.

Un brillante debut
Owen Cooper, de 13 años, que interpreta a Jamie, el protagonista de la serie, nunca antes había actuado en su vida y destaca su interpretación especialmente en el capítulo tercero para el que tuvo que aprenderse de memoria una hora de diálogos ininterrumpidos. Allí Erin Doherty (vista como la princesa Ana en The Crown) que interpreta a Briony, la terapeuta, busca respuestas a ese porqué del acto violento. La escena que los reúne es especialmente intensa: en dos momentos, Jamie la insulta con violencia; sin embargo, luego le ruega que la terapia no termine, que no lo abandone. ¿Hay en ese gesto una necesidad de afecto no satisfecha? ¿O acaso este episodio nos enseña que la adolescencia necesita del adulto? Lo cierto es que la contradicción emocional que vive Jamie —entre el rechazo y la súplica hacia la psicóloga— revela con fuerza los desafíos de una etapa marcada por la confusión, la búsqueda de identidad y la necesidad de sostén. Subraya que crecer no es un proceso que pueda transitarse en soledad: la adolescencia interpela al mundo adulto y lo pone frente a sus propios límites, contradicciones y responsabilidades. En ese diálogo tenso y conmovedor de Jamie con la terapeuta se cifra una verdad incómoda: los adolescentes no solo buscan contención, también desafían para probar su consistencia. Y ahí, en ese borde entre el grito y la súplica, entre el desborde y la espera, se juega buena parte de la tarea adulta.
En una entrevista reciente para Vogue, Cooper explica la construcción de su personaje con estas palabras: “Jamie es sólo un chico normal. ¿Sabes? Su familia, todo. Eso demuestra que el poder de las redes sociales puede cambiar a cualquiera. No importa de qué clase seas, cómo te veas; le puede pasar a cualquiera. Jamie es un chico normal al que acosan en las redes sociales y entonces su cabeza entra en una espiral de cosas. Comete este acto horrendo que cambia su vida, y la de su familia, y la de todos los que le rodean, para siempre” (Frizell, N., 2025).
En efecto, las redes sociales no son el único factor probablemente, pero la serie busca generar consciencia en los adultos de este tema y a la pregunta de la periodista de Vogue y autora de varios libros sobre familia, cultura y educación:“¿Qué puedo hacer para que mi hijo sea amable y seguro?“, Cooper añade: “Mi consejo para los padres es: no puedes vigilar a tus hijos en todo momento. Entonces, no les dejes tener redes sociales hasta que sean mayores; cíñete a las restricciones de edad aconsejadas. Y entonces tienes que revisar las redes sociales y ver qué está pasando con ellos. Porque están pasando cosas malas, claramente, en todas partes”. (Frizzell, N., 2025).
Volviendo a la serie, cada capítulo se enfoca en una de las instituciones —y actores sociales— que ofrecen contención, protección y orden: la fuerza policial, la escuela, los profesionales de la salud y la familia. Los policías tienen la evidencia (registros de las cámaras de la ciudad, el contenido de las redes en las que conversaciones y fotos revelan el vínculo con Kate, la chica asesinada, los datos de amigos…) pero no llegan al móvil. ¿Por qué pasó este crimen? ¿Por qué no pudo prevenirse? ¿De qué sirve el control si ante las cámaras de la ciudad pasó este asesinato?
Lo inquietante de la trama no es solo el acto violento, sino el vacío explicativo que deja: lo que debería haber funcionado no funciona. La escuela también fracasa como espacio educativo: aparece como un espacio atravesado por el descontrol. Los docentes no logran intervenir de modo significativo ante el acoso, y los directivos evitan el conflicto en lugar de abordarlo, los adolescentes se provocan entre ellos y los adultos tratan de poner límites. La violencia verbal y física es parte del día a día. No obstante, si bien varios alumnos sufren acoso sistemático, solo Jamie comete un crimen. Entonces, ¿por qué Jamie lo hizo? ¿En qué falla la escuela? ¿Qué clase de educación ofrece? ¿Está acorde a las necesidades de hoy?
Educación y límites
La madre y el padre de Jamie —cuarto y último capítulo—, se interrogan sobre los límites de la educación que le brindaron. Si su hija mayor es aplicada, amable y colaboradora en el hogar, ¿por qué Jamie cometió ese acto brutal? Stephen Graham —uno de los creadores de la historia— interpreta con perfección el papel del padre angustiado que se enfrenta a lo impensable. Su actuación logra transmitir, sin estridencias, la culpa, la perplejidad y la impotencia de un adulto que siente haber fallado en aquello que más le importaba: cuidar y formar a su hijo. Graham encarna a un hombre que intenta comprender lo incomprensible, que revisa una y otra vez sus decisiones, sus ausencias, sus gestos, en busca de alguna señal que pudiera haber anticipado el desenlace. Su interpretación es especialmente conmovedora porque evita el dramatismo fácil y elude el estereotipo del padre autoritario o ausente: en cambio, muestra a un hombre presente, pero desorientado, humano en su fragilidad, y profundamente afectado por lo que no supo ver. Así, su personaje da cuerpo a una de las preguntas más perturbadoras de la serie: ¿puede alguien hacerlo todo “bien” y, aun así, llegar tarde? En cierto momento, rememora su propia infancia, marcada por la severidad, y justifica su actitud más permisiva con su hijo como un intento de evitarle frustraciones, especialmente cuando percibía su bajo rendimiento en los deportes, y siente la amargura de haber llegado tarde. Una y otra vez resuena en él y su mujer: ¿qué pasó con Jamie? La pregunta, sin respuesta definitiva, se instala como una herida abierta que queda expuesta en el llanto paterno incontenible de la última escena.

Uno de los momentos más significativos de la serie ocurre cuando Adam, el hijo del oficial de policía —alumno en la misma escuela que Jamie y también víctima de burlas y acoso— demuestra una madurez inesperada. No responde a la violencia con más violencia, ni se refugia en el resentimiento. Cuando ve a su padre desbordado y perdido ante la incomprensión del mundo digital que habitaba Jamie, se convierte en puente: le explica cómo leer los mensajes en Instagram, lo ayuda a descifrar los códigos adolescentes, los tonos, las ironías, las humillaciones solapadas. Esa escena, poderosa en la relación padre-hijo, invierte por un momento los roles generacionales: el joven es quien comprende mejor lo que ocurre, quien ofrece una clave de lectura más lúcida. La serie muestra así que los adolescentes no son solo sujetos a educar o contener, sino también interlocutores válidos, capaces de mirar con profundidad y aportar comprensión. En medio del desconcierto, emerge allí una forma de empatía: la de ponerse en el lugar del otro y tender una mano, incluso al adulto que, hasta entonces, parecía tener todas las respuestas.
Violencia y género
La actitud de Adam y otras situaciones escolares invitan a pensar con esta pregunta: ¿la violencia tiene sexo? Adolescencia deja entrever que la violencia no es patrimonio exclusivo de un género. Tanto varones como mujeres ejercen distintas formas de violencia —física, simbólica, verbal o psicológica— desarmando el prejuicio de que la agresión es una característica esencialmente masculina. Jade, la mejor amiga de Katie, convulsionada por el asesinato ataca a Ryan, el amigo de Jamie, rompiéndole la nariz mientras están formando en el patio de la escuela; Adam recibe constantes insultos y agresiones de varios estudiantes; un compañero de Katie la expuso en las redes al publicar una fotografía privada que la humillaba; Katie había enviado mensajes insultantes a Jamie; en el tercer episodio, Jamie agrede verbalmente a la terapeuta; en el cuarto, los vecinos pintan con aerosol leyendas agraviantes en la camioneta de trabajo del padre de Jamie… Lejos de reproducir estereotipos, Adolescencia muestra cómo los vínculos están atravesados por dinámicas de poder y conflicto en las que todos, sin importar su identidad de género o edad, pueden asumir roles de víctimas o agresores. Esta mirada complejiza la narrativa y obliga al espectador a cuestionar categorías rígidas sobre la violencia, invitando a pensarla como un fenómeno moral, social y relacional.
Los cuatro ámbitos —escenarios del drama de Jamie, sus amigos y su familia— cuestionan la violencia, muestran distintos tipos de violencia. Por contrapartida el mensaje de la serie resulta claro: la necesidad de vivir abiertos a la escucha —de adultos a jóvenes y de jóvenes a adultos—, sin prejuicios, educando en igualdad y libertad con presencia, con límites precisos y afecto sostenido. Lejos de cualquier fórmula rígida, la serie sugiere que acompañar implica tiempo en primer lugar y una disponibilidad emocional constante, incluso cuando las respuestas no llegan o se presentan en forma de resistencia. La libertad es una apuesta por confiar en el otro sin soltarlo del todo.
En este recorrido, Adolescencia interpela al mundo adulto a saber escuchar y comprender el poder que hoy tienen las redes sociales en la vida de los jóvenes: un espacio donde pueden encontrar pertenencia, creatividad y expresión, pero también quedar atrapados en dinámicas de exposición, violencia y exclusión. La serie deja ver con crudeza cómo un solo mensaje puede volverse irreversible, cómo la virtualidad amplifica los vínculos pero también los quiebres, y cómo la intervención adulta sigue siendo necesaria aun cuando parezca que los adolescentes ya no la esperan ni la piden.
Adolescencia es un buen relato que obliga a mirar de frente una verdad incómoda: la distancia entre generaciones se salva con presencia afectiva, con escucha real y con tiempo compartido. No alcanza con preguntarse qué pasó con Jamie; la serie invita a pensar qué puede hacer el mundo adulto para no llegar tarde, para quedarse incluso cuando todo parece empujar al retiro. Porque crecer —como muestra esta historia— no es simplemente un asunto de los jóvenes: es también una responsabilidad de todos, pues crecemos hasta morir y todos podemos aprender del otro.
En este sentido, unas preguntas más ¿cómo educar en libertad? ¿Qué es la libertad? Pues vivimos en un mundo de dependencias, de relaciones y conviene recordar que nadie es “causa sui”, causa de sí mismo, ninguno pidió nacer y aquí estamos todos compartiendo un mundo al que transformamos con nuestras acciones ¿Cómo se forma una conciencia capaz de elegir el bien?
La serie no da respuestas cerradas, pero sugiere que ese camino se abre en el vínculo, en la palabra compartida, en la mirada que sostiene. Educar en libertad no es delegar decisiones, sino acompañar en el aprendizaje de elegir, de asumir consecuencias, de discernir lo valioso. Es enseñar que el bien no siempre es evidente ni inmediato, que a veces se aprende por contraste, por tropiezo, pero que hay una brújula interior que puede afinarse si alguien ayuda a calibrarla.
En última instancia, formar en libertad implica transmitir la convicción profunda de que es posible responder al daño sin replicarlo, que incluso en contextos adversos es deseable y humanamente valioso devolver bien por mal. Este principio —presente en diversas tradiciones éticas— propone una lógica que no se basa en la reacción inmediata ni en el castigo, sino en una elección deliberada del bien, aún cuando no sea lo más fácil ni lo más esperado. Tal formación no se improvisa: se cultiva lentamente, en el diálogo, en el testimonio, en la coherencia de quienes acompañan.
Deja un comentario