El 20 de mayo de 1859 Nikolaj Kirsanov (“Padres e Hijos”, de Ivan Turgueniev) esperaba la llegada de su hijo Arkadij. “Papito -dijo éste al verlo- permite que te presente a Bazarov, mi mejor amigo, del que tanto te escribí. ¡Ha sido tan gentil en aceptar ser nuestro huésped!”. Y así comenzarían los problemas para Nikolaj”.
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