Guillermo y Patricia Bierregaard crearon en San Isidro una casa-museo que es un puente entre Japón y Argentina. Allí funciona una biblioteca especializada que revela la profundidad de una cultura basada en la armonía, el trabajo y la sensibilidad.
Por Florencia Agrasar
En una tranquila calle de San Isidro, en la provincia de Buenos Aires, se erige una minka: una casona campesina japonesa del siglo XVIII, reconstruida con exactitud milimétrica, sin tornillos, con columnas de zelcova y vigas de pino colorado que pesan toneladas. Dentro de esta estructura asombrosa, que fue desmontada en Fukui, Japón, y traída pieza por pieza a la Argentina, late un proyecto cultural sin igual: Casa Minka. Allí, Guillermo y Patricia Bierregaard resguardan y difunden una exquisita colección de arte moderno y contemporáneo japonés, incluyendo unos 380 grabados, que pueden verse en Instagram por separado, dadas las dificultades de exposición en la propia casa. También fueron creando una biblioteca que se transforma en una herramienta invaluable para el estudio, la divulgación y la contemplación de una tradición milenaria. Conversamos con ellos sobre el origen de esta iniciativa, los aprendizajes acumulados y el sueño de proyectarla hacia el futuro, con especial atención al rol de la biblioteca.
¿Cómo nació la idea de traer una minka desde Japón a la Argentina?
Guillermo: No fue algo planeado. Vivíamos en Japón desde los 26 años. Fuimos por una oportunidad laboral sin saber si duraría poco o mucho. Pero la experiencia fue tan transformadora que quisimos hacer algo con todo ese aprendizaje. Y entonces, sin buscarlo, apareció esta casa. Un anticuario me comentó que podía comprar una minka antigua, y al principio no lo creí. Viajamos más de 700 kilómetros hasta los Alpes japoneses a verla. Estaba en estado ruinoso, pero sus columnas estaban en buen estado. Decidimos que ése sería el corazón de un proyecto cultural.

¿Cómo fue el proceso de traslado y reconstrucción?
Guillermo: Complicado y largo. Los japoneses armaron el esqueleto en tres semanas. Pero una vez que llegó a Argentina, el proceso duró 22 años. Tuvimos problemas técnicos, errores de reconstrucción por falta de conocimiento local, y debimos recurrir incluso a un ingeniero civil que había trabajado en el puente Zárate-Brazo Largo, para solucionar un error cometido por un arquitecto durante la construcción. No queríamos una adaptación moderna ni una mezcla ecléctica. Quisimos respetar la arquitectura tradicional japonesa.
¿Por qué armaron una biblioteca?
Patricia: Porque el conocimiento necesita soporte. La biblioteca fue surgiendo a medida que crecía la colección de arte. Empezamos a reunir libros que nos ayudaran a entender lo que teníamos. Pero luego descubrimos que esa biblioteca podía servir a otros. Hoy tenemos libros rarísimos, publicaciones que cubren disciplinas como cerámica, jardinería, arquitectura, bambú, textiles y lacas. Los libros y catálogos también abarcan temas como metal, muñecas, grabados, diseño industrial, esculturas, pinturas, jardines, ikebana, ceremonia de té y decoración.
Guillermo: La organizamos por colores. Los libros de cerámica tienen cinta amarilla; los de bambú, verde; los de laca, dorada. Creamos un sistema propio de clasificación que nos permite ubicar rápido las obras. Además, tenemos todas las publicaciones anuales de la exposición de artesanía tradicional japonesa, desde la número 1 hasta hoy, que ya va por la 71.

¿Cómo seleccionan los libros?
Guillermo: Con criterio riguroso. Nos interesa más el artista que la “obra maestra”. Buscamos publicaciones que documenten trayectorias, técnicas, procesos. Hay piezas que están en catálogos porque ya no existen o están perdidas (la guerra también hizo que obras de metal terminaran fundidas). Otras las conseguimos de milagro, como una obra premiada en Bélgica que terminó en un anticuario.
¿Cómo ven el futuro de Casa Minka y su biblioteca?
Guillermo: Esa es la pregunta difícil. No tenemos sueños personales. Queremos que esto continúe, que sirva. Pero el contexto es adverso. No hay apoyo estatal ni privado, ya que no están los medios para que se premie el apoyo privado, y los museos no siempre están preparados para preservar este tipo de colecciones. Para dar una idea del valor de lo que hay aquí: vendimos una de nuestras obras al Ministerio de Cultura de Japón; era la obra de un artista que fue designado Tesoro Nacional Viviente y falleció poco después. Años más tarde, el Ministerio cedió esa obra al Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
¿Hay articulación con universidades o instituciones académicas?
Guillermo: Hemos intentado. Pero cuesta mucho. Falta iniciativa y continuidad. A veces nos proponen cosas sin conocer el proyecto. O nos piden que nosotros impulsemos cambios que deberían surgir desde lo institucional. Por eso seguimos siendo una propuesta independiente.

¿Cuál es el eje filosófico que sostiene la Casa Minka?
Guillermo: El respeto por el ser humano. La arquitectura japonesa pone al ser en el centro. Cada espacio está diseñado para armonizar con la naturaleza y facilitar una vida plena. Y eso también se refleja en el arte, en la artesanía, en los jardines, en los objetos cotidianos. Todo transmite una sensibilidad que no distingue entre arte mayor y menor. Esa distinción es occidental. Hasta una pieza de uso diario puede convertirse en una obra de arte.
¿Qué relación hay con el budismo?
Guillermo: Se da a través de esa relación del ser con el mundo que lo rodea, que es la naturaleza, y que continúa a través del budismo, justamente por no haber un dios que lo haya separado de esa relación con la naturaleza. A medida que uno va ahondando en el concepto de orden, en el concepto de espacio, de familia, de diseño, de decoración, dentro de lo que es la arquitectura, uno va encontrando que siempre está el factor humano. O sea, por más adelantos tecnológicos que pueda haber, si esos adelantos no satisfacen las necesidades del ser humano que vive dentro de ese espacio, entonces ¿de qué sirve ese progreso? Ahí es donde uno tiene que encontrar la parte filosófica y la parte espiritual.
¿Qué esperan que suceda con la biblioteca a futuro?
Guillermo: Que alguien pueda aprovecharla. Que sirva para formar, para inspirar, para abrir puertas hacia esa cultura. Nos gustaría que una universidad la adopte, o que se convierta en centro de referencia. Pero para eso hacen falta estructuras, recursos, interés.
¿Y cómo se mantiene hoy el proyecto?
Guillermo: Con fondos propios. Nunca hemos pedido subsidios ni queremos deberle nada a nadie si eso implica obligaciones que restrinjan nuestra actividad cultural por razones ajenas. Pero eso también limita el crecimiento. A veces nos gustaría tener más visitantes, más investigadores, más estudiantes que vengan a consultar los libros, a aprender. En el transcurso del proyecto, hemos recibido mucha ayuda de gente que ha dado su tiempo para traducir, interpretar, pocas donaciones de obras, y precios favorables. Hoy, toda esa ayuda de gente que colaboró a su manera, confiando en nosotros, es un peso que debemos llevar encima para no desviarnos del objetivo primordial, la cultura. Nuestro objetivo es mostrar elementos enriquecedores de otras culturas y que el público decida lo que le resulte valioso para desarrollarse. Deseamos mostrar una cultura que, creemos, tiene muchos elementos enriquecedores. Ver lo que presentamos no busca conocer más, sino ser mejores.

¿Qué le dirían a alguien que quiere conocer la Casa Minka?
Patricia: Que venga con tiempo y con ganas de dejarse sorprender. Que no espere un museo convencional, sino una experiencia integral: arquitectura, jardín, objetos, historia, silencio. Que pregunte, que se quede. Y si le interesa estudiar, investigar, leer, que sepa que nuestra biblioteca está disponible.
Casa Minka no es solamente un espacio cultural: es una forma de pensar la belleza, el tiempo, la historia. Y su biblioteca, ordenada con criterio artesanal y sensibilidad filosófica, es un testimonio de una vida dedicada a tender puentes entre oriente y occidente. En un país que muchas veces da la espalda a lo valioso, en San Isidro sigue latiendo una propuesta que es tan delicada como firme: conservar, compartir, comprender.
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