Amos Oz (Amos Klausner), galardonado en 1998 con el Premio Israel de Literatura, nació en Jerusalén en 1939 y falleció el 28 de diciembre de 2018.
Eterno candidato al Nobel de la Academia Sueca -que este año no entregó el premio tras un escándalo de corrupción y se perdió, una vez más, la oportunidad de estar a la altura del prestigio de un galardón que muchas veces ya no tiene razón de ser- Amos Oz es uno de los escritores israelíes más traducidos en el mundo.
Una historia de amor y oscuridad (Siruela) es uno de sus libros más bellos y nostálgicos. Una autobiografía donde la historia personal se cruza con la historia de la construcción del estado de Israel, sin soslayar opiniones sobre las contradicciones del conflicto árabe-israelí que se reavivó con violencia para la fecha de la publicación original del libro, en 2002.
Imposible no encontrar en la amorosa descripción de la sociedad judía de su infancia reminiscencias de escritores como Isaac Bashevis Singer, pero Oz logra tal vez estar más cerca del lector de hoy y llega, en su localismo, a una notable universalidad. Por estas páginas pasan las historias de sus abuelos maternos y paternos, tíos, primos (es recurrente la figura del pequeño Daniel, de sólo tres años, asesinado en Vilnius en los años 40).
La batalla eterna de la abuela Shlomit contra los microbios; el enamoradizo abuelo Klausner; la simbólica disputa del narrador cuando niño con Aisha y Auad, dos pequeños árabes; el asedio a Israel en los primeros años de la constitución del estado; la adorada maestra Zelda; la comedia del niño ejemplar; el amor a la lengua y la etimología; los denodados pero infructuosos esfuerzos paternos por fundar la huerta familiar; la mirada admirativa hacia la cultura europea y una galería de personajes tan humanos como cercanos desfilan por estas páginas donde Amos Oz logra una de sus mejores narraciones en absoluto.
Por sobre todo este mundo de amor y oscuridad planea la figura de su madre, Fania, una mujer de gran cultura y enorme sensibilidad, cuyo suicidio cuando el narrador era un niño sangra todavía de principio a fin de esta autobiografía notablemente novelada. La rabia y el dolor del pequeño Amos brotan con una fuerza que habla de la herida abierta y la incomprensión que se puede tener hacia los seres más queridos y cercanos.
Dice Oz en una entrevista. “Esta novela es el resultado de un proceso de paz conmigo mismo. Durante muchos años estuve muy enfadado: estaba enfadado con mi madre, con el barrio en el que crecí, estaba enfadado con la Historia. Una vez que hice la paz conmigo mismo, pude invitar al resto de toda esa gente, es decir, a mis padres, a mis abuelos, a mi casa. Les pude hacer sentar, ofrecerles una taza de tè y, sólo entonces, ponerme a hablar. Y hablé. Pero también pude oírlos. No hablé como un juez. No escribí este libro para decir: Tú, padre, eras terrible; tú, madre, un diablo; o tú, madre, eras terrible y tú, padre, sufriste demasiado;. No. Lo escribí con curiosidad, con compasión, con ternura, y sin ira en absoluto”. Y del mismo modo merece leerse.
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