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Dañar o no dañar, ésa es la cuestión

Henry Marsh es neurocirujano, y de los más reconocidos en Gran Bretaña (lo cual incluye entrada propia en Wikipedia) pero es en su faceta de narrador que llega Ante todo no hagas daño, su libro de memorias y reflexiones sobre una especialidad que implica, literalmente, meterse en la cabeza de la gente. Aquí también lo hace y –a diferencia de lo que ocurre con sus pacientes en el quirófano- sin anestesia. No hay que esperar la delicada aproximación de un Oliver Sacks: la esencia quirúrgica de Marsh se delata en cada frase y le confiere a su narración un poder extraordinario. Y una dureza que a veces hace rogar un poco menos de realismo.

“A menudo me veo obligado a hurgar en el cerebro, y eso es algo que detesto hacer. Con unas pinzas bipolares, coagulo los hermosos e intrincados vasos sanguíneos que recorren la brillante superficie del cerebro. Hago una incisión con un bisturí pequeño y abro un orificio por el que introduzco una fina cánula conectada al aspirador quirúrgico. El cerebro tiene una consistencia gelatinosa, y el aspirador ha acabado siendo la herramienta principal del neurocirujano. Observando a través del microscopio quirúrgico me abro paso poco a poco por la sustancia blanca de la masa cerebral, en busca del tumor. La idea de que mi aspirador avance a través del pensamiento en sí, de la emoción y la razón, de que los recuerdos, los sueños y las reflexiones puedan formar parte de esa gelatina, resulta demasiado extraña como para comprenderla. Mis ojos solo ven material. Y, sin embargo, sé que si penetro por equivocación donde no debo, en la zona que los neurocirujanos llamamos el “cerebro elocuente”, cuando acuda a la sala de recuperación después de la cirugía para comprobar mis logros, me encontraré con un paciente con secuelas y discapacitados”.

En otras palabras, no es el libro que hay que leer antes de una operación. Pero sí el que debería acompañarnos para recordar que “los médicos son humanos, como el resto de nosotros”. Marsh en todo lo caso lo es y no teme afrontarlo ni al contar su propia experiencia como paciente, ni cuando evoca el minucioso repaso de sus errores en el quirófano y las secuelas que implicaron. Aunque aterre leer que “gran parte de lo que ocurre en los hospitales es cuestión de suerte, y la suerte puede ser buena o mala. El médico pocas veces tiene control alguno sobre el éxito y el fracaso”. Desfilan por este libro pacientes, de aquellos que están en equilibrio sobre la fina línea que divide la vida de la muerte; médicos, de aquellos que creen estar un escalón por encima del resto de la humanidad solo para enfrentarse con desazón al hecho de que no lo están; enfermeras competentes o no, compasivas o no; administradores hospitalarios y todo lo que conforma la galaxia sanitaria de Gran Bretaña y Ucrania, el otro país donde Marsh ejerció su arte y ciencia quirúrgica (y cuya experiencia conforma algunas de las páginas más asombrosas del relato). Y la conclusión es, página tras página, que “tarde o temprano la mayoría de los pacientes llegarán al punto de no retorno. A menudo resulta muy difícil –tanto para el médico como para el paciente- admitir que se ha alcanzado ese punto”.

 Henry Marsh.

 

. Salamandra.


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