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Mónica Ojeda: la literatura como acto de resistencia y exploración de lo monstruoso

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Mónica Ojeda en la librería Los Confines

La poesía es una fuerza que “agita la palabra”, abriendo grietas en los significados estatuarios del lenguaje. Y los monstruos latinoamericanos, afirma la escritora ecuatoriana, “rompen con la cartografía de los Estados nación”. 

En un evento que marcó la primera vez que la librería Los Confines abría sus puertas para una charla de esta índole, la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda, una de las voces más potentes y singulares de la literatura latinoamericana contemporánea, conversó sobre su obra, el proceso creativo y la profunda conexión entre la literatura, el cuerpo y la memoria histórica. La charla, que tuvo lugar en el marco del FILBA, fue un espacio de reflexión sobre lo monstruoso como contenido y como forma de pensar la escritura, así como sobre la importancia de la palabra poética en medio del terror.

El monstruo como potencial revolucionario

Ojeda inició la conversación destacando el “potencial revolucionario” del monstruo. Para ella, lo monstruoso se constituye de aquello que rompe lo hegemónico, lo central, lo que está por fuera de los valores sociales. “El monstruo habla una lengua insurrecta, insumisa, indócil”, afirmó, sugiriendo que en esta ruptura reside una belleza y una posibilidad de crear “otras lenguas, otros movimientos, otras metamorfosis”.

En sus libros, los monstruos no siempre son figuras explícitas, sino que a menudo se manifiestan en los cuerpos de los personajes, especialmente mujeres. Una emoción, un deseo o una percepción de la realidad puede “romperlas” y hacer que su identidad se vuelva fluida, acercándolas a lo monstruoso. Ojeda explicó que le interesa lo que sucede cuando el deseo o la imaginación de un futuro diferente lleva a los cuerpos a “otro territorio”, explorando no solo el miedo que esto genera, sino también las posibles liberaciones.

Un aspecto fascinante es cómo los monstruos latinoamericanos “rompen con la cartografía de los Estados nación”. Puso como ejemplo al silbón, una figura colombo-venezolana que trasciende las fronteras imaginarias, demostrando que el territorio es “mucho más indómito” de lo que los mapas tradicionales quieren hacer creer.

La poesía en el corazón del monstruo

La conversación también abordó la delicada relación entre lo monstruoso y lo poético en la obra de Ojeda. La escritora describió la poesía como una fuerza que “agita la palabra”, abriendo grietas en los significados estatuarios del lenguaje. Para ella, la poesía es “algo torcido”, un “retorcimiento distinto del significado de los sentidos”, que surge de una experiencia emocional con la lengua.

Ojeda enfatizó que no busca conscientemente la poesía en sus textos, sino que esta emerge de un “cuerpo emocionado, conmovido” durante el proceso de escritura. La literatura es un “animalito que va detrás del cuerpo”, intentando capturar la inteligencia y la brillantez de este, aunque nunca se logre del todo. Esta búsqueda, que nace del desconcierto y la fascinación, es un “trabajo detectivesco” de unir piezas y ensayar sentidos posibles.

La familia como primer monstruo y la memoria histórica

La familia, ese primer espacio de amor y contención, también puede ser el origen de los primeros traumas y monstruos. Ojeda compartió una anécdota personal sobre su abuelo, un narrador oral con esquizofrenia paranoide, cuyas historias retorcidas la marcaron profundamente. Esta experiencia la llevó a interesarse en cómo el amor puede convertirse en “amor malvado” y cómo la violencia y la crueldad pueden habitar en los vínculos más cercanos.

Más allá de lo biográfico, Ojeda analizó la familia como una organización social con una parte “muy perversa”, que norma los cuerpos y organiza los afectos de manera violenta, a menudo a través del silencio. Esta “educación sentimental jerárquica” que la familia impone, influye en cómo nos relacionamos con los demás y qué esperamos de ellos.

Gótico andino y la apropiación de lo propio

Sobre la etiqueta de “gótico andino” o “terror latinoamericano”, Ojeda aclaró que, si bien ha explorado estos temas en sus dos últimos libros, Las voladoras y Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, no es una categoría que ella misma haya inventado o a la que se limite. Su interés radica en cómo se construye el relato del miedo a través de la experiencia territorial, reconociendo que los miedos de los Andes o la Amazonía son diferentes a los del gótico anglosajón.

La escritora destacó la importancia de apropiarse de los elementos propios de la cultura latinoamericana, en lugar de replicar modelos externos. Mencionó cómo las leyendas urbanas y los relatos de los pueblos originarios, con sus propias monstruosidades y violencias, ofrecen una riqueza inmensa para la literatura. Para Ojeda, mirar de cerca estos relatos orales permite entender la historia de las heridas de un territorio y cómo el miedo se origina en ellas.

La figura de Dios y la metamorfosis

A pesar de declararse atea, Ojeda abordó la figura de Dios en sus libros, no desde una perspectiva religiosa, sino como una “aspiración a ser algo más bello, más intenso”, lo opuesto a la destrucción, el misterio, el asombro. Para ella, Dios es también la “metamorfosis”, la posibilidad de que lo hostil no nos coma, la imaginación opuesta a la adversidad. En sus textos, Dios puede ser un monstruo bello, un “monstruo trans”, que produce miedo a la centralidad.

La escritura como riesgo y descubrimiento

Ojeda concluyó la charla compartiendo su visión de la escritura como un acto de correr riesgos y no tener miedo a errar. Escribir es un proceso de descubrimiento, de partir de una imagen o una fascinación que no se termina de entender, y ensayar sentidos posibles. Es un “trabajo detectivesco” que permite explorar lo incierto y lo desconocido, y que, en última instancia, busca entender las complejidades del cuerpo y sus posibles liberaciones.


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