Marcello Simonetta. El enigma Montefeltro. Buenos Aires, El Ateneo, 2019.
El 26 de abril de 1478, en la Catedral Santa Maria del Fiore, un sangriento ataque contra los gobernantes de Florencia dejó tendido en el suelo, con 19 puñaladas, al joven Giuliano de Medici. Su hermano Lorenzo logró escapar: los florentinos reaccionaron con lealtad a los Medici y masacraron a todos los autores del atentado que pudieron atrapar.
Así lo cuentan los libros de historia. Y la responsabilidad final se les atribuye a los Pazzi, banqueros y rivales de los Medici en Florencia. El atentado, de hecho, pasó a la posteridad como la “Conspiración de los Pazzi”.
Pero ya se sabe que la historia la escriben los que ganan. Y a distancia de siglos, aquellos hechos sangrientos que mancharon a la próspera Florencia siguen hablando y revelando sus verdades. ¿Quiénes ordenaron realmente el ataque a los Medici? ¿Cuáles eran sus intenciones? ¿De qué manera la turbulencia política de aquellos tiempos en que Maquiavelo era niño sigue transmitiendo un mensaje al día de hoy?
La respuesta la encontró el experto en Ciencias Políticas e historiador italiano Marcello Simonetta, profesor en la prestigiosa Sciences-Po de París, que relata el revés de la trama de la Conspiración de los Pazzi en su libro El enigma Montefeltro, publicado por editorial El Ateneo.
Se trata de una historia dentro de otra, de un enigma dentro de otro. En el año 2001, Simonetta descubrió y descifró -gracias a sus conocimientos criptográficos- una carta con informaciones clave, pero hasta entonces desconocidas, que probó el papel de Federico da Montefeltro, duque de Urbino, en la conjura contra los Medici.
Montefeltro, condottiero y humanista, un típico hombre del Renacimiento, es una figura célebre gracias también a un retrato de Piero della Francesca que lo muestra de perfil. Un perfil particular que no pasa desapercibido y que hizo entretejer leyendas sobre sus dotes para la guerra y la política. Montefeltro, cuyo antepasado Guido figura en el Infierno dantesco, era amigo y aliado de Lorenzo de Medici. ¿Lo era realmente?
“El hallazgo podría modificar -afirma Simonetta, que siguiendo su trabajo sobre la poderosa dinastía florentina acaba de publicar en Italia Caterina de’ Medici: storia segreta di una faida famigliare, sobre la reina de Francia que movió los hilos tras la sangrienta Noche de San Bartolomé- el modo en que acostumbramos mirar este momento clave de la historia italiana”.
El autor de El enigma Montefeltro parece haber heredado sus habilidades criptográficas de su lejano antepasado Cicco Simonetta, según Maquiavelo “hombre excelentísimo por su prudencia y su larga experiencia”, que configura otro de los personajes clave en este misterio del Renacimiento revelado más de cuatro siglos después, e invita a reescribir los libros de historia.
La lectura de este relato, que sigue como una novela de misterios las huellas de los Medici y de Montefeltro, de Cicco Simonetta y de Galeazzo Maria Sforza, de Francesco della Rovere (el papa Sixto IV) y otros intrigantes personajes, mitad zorros mitad leones, concluye con una inédita reinterpretación de la Capilla Sixtina y otras obras de arte del Renacimiento a la luz de los nuevos descubrimientos.
Pero además, dado que “la mente humana funciona desde hace siglos del mismo modo, y hoy como entonces es posible matar a distancia, armando a otro y fingiendo no saber nada, o haciéndose amigo de las víctimas para deslizarse a sus espaldas y controlar si visten una coraza”, también puede leerse como una lección de traiciones políticas donde los hechos del Renacimiento aún tienen un mensaje para las generaciones de hoy.
Aquí el prólogo de El enigma Montefeltro, por Marcello Simonetta (Ed. El Ateneo, 2019)
El 26 de abril de 1478, durante la misa dominical, Lorenzo de Medici y su hermano Giuliano, los jóvenes gobernantes de Florencia, fueron atacados en la catedral Santa Maria del Fiore. Giuliano fue apuñalado diecinueve veces y murió en el acto, mientras Lorenzo, solo levemente herido, consiguió escapar al atentado. Los florentinos, leales a los Medici, reaccionaron violentamente masacrando a todos los atacantes que lograron atrapar.
Este audaz atentado, uno de los más tristemente célebres y sangrientos complots del Renacimiento italiano, se conoce como “la conspiración de los Pazzi”. Aunque los historiadores conocen desde siempre sus rasgos principales, la compleja verdad que se oculta detrás sigue siendo huidiza. Como su nombre sugiere, hasta ahora se la consideró simplemente como el resultado de una enemistad familiar entre los poderosos Medici y los Pazzi, los banqueros rivales que aspiraban a reemplazarlos en el gobierno de Florencia.
Este libro relata los años tormentosos que precedieron a la conspiración, sus entretelones y las repercusiones sobre los acontecimientos posteriores. Es un asunto en parte conocido y en parte nuevo, nunca contado en su totalidad. Los ingredientes que lo componen son amistad y traición, poder religioso y corrupción moral, lucha política y venganza artística.
En el centro de la historia, naturalmente, sobresalen los Medici: familia de banqueros, mecenas de las artes, poetas, políticos, príncipes y papas. Si Lorenzo no hubiera sobrevivido, tal vez el talento de Miguel Angel habría pasado inadvertido. Quizá algunas de las más preciadas pinturas, esculturas y palacios de la civilización occidental nunca habrían sido encargados y dos miembros de la familia de Lorenzo no habrían accedido al papado.
El duque de Urbino, cuyo perfil se hizo célebre gracias a los retratos de Piero della Francesca, da nombre a este libro por su papel central en la conspiración de los Pazzi. Como otros “hombres del Renacimiento” que los lectores encontrarán en estas páginas, y a pesar del retrato que muestra solo un lado de su cara, es un hombre de personalidad multiforme. Federico era un capitán mercenario, un estudioso apasionado de los clásicos y un generoso mecenas, pero también tenía un “lado oscuro” que salió a la luz en su totalidad con el descubrimiento de una carta suya escrita en clave.
Cabría pensar que un período tan remoto ya no tiene secretos, pero en el año 2001 descubrí y descifré una carta con informaciones hasta entonces desconocidas y esenciales sobre la conspiración de los Pazzi. En síntesis, revela que Federico da Montefeltro, duque de Urbino, retratado durante siglos como el “faro de Italia” y humanista amigo de Lorenzo de Medici, era uno de los mandantes militares ocultos detrás de la conjura tramada para eliminar al señor de Florencia y su hermano. El hallazgo podría modificar el modo en que acostumbramos mirar este momento clave en la historia italiana. La carta Montefeltro, escrita dos meses antes del atentado, demuestra que el complot era más vasto de lo pensado.
El “tercer hombre” en el centro de esta historia es aquel que me permitió descifrarla. Medio milenio más tarde, me intrigaron siempre las vicisitudes de mi lejano antepasado Cicco Simonetta, que sirvió a la poderosa familia Sforza durante unos cincuenta años, primero como canciller y más tarde como regente del ducado milanés. Cicco, un hábil criptógrafo, era “hombre excelentísimo por su prudencia y su larga experiencia”, según la autorizada opinión de Maquiavelo.
La Italia del Renacimiento todavía no era una nación, sino un mosaico de ciudades-Estado. Distintas dinastías controlaban cada una de ellas, con diversos niveles de tiranía: los Sforza en Milán y buena parte de Lombardía; los Medici en Florencia y una vasta área de la Toscana; los Aragón en Nápoles y todo el sur. La República de Venecia era una oligarquía gobernada por ricos y nobles mercaderes. Y Roma estaba bajo la eterna y siempre cambiante égida de las familias papales. En los Estados menores, las dinastías reinantes eran los Montefeltro en Urbino, los Malatesta en Rimini, los Este en Ferrara y los Gonzaga en Mantua. Los señores de estos últimos cuatro Estados, dada la extensión relativamente modesta de sus territorios, eran empleados habitualmente como capitanes mercenarios, o condottieri, por potentados más ricos que ellos. El sistema de la condotta -o contrato- salvaguardaba el equilibrio político, impidiendo que las ambiciones nutridas por estos capitanes se transformaran en reales amenazas y manteniendo la península italiana en una situación frágilmente pacífica: el sistema garantizaba que ningún Estado individual pudiera imponerse por sobre los demás.
Sin embargo, en diciembre de 1476 un acontecimiento imprevisto quebró el equilibrio de poder. El asesinato de Galeazzo Maria Sforza, duque de Milán y el principal aliado de los Medici, preparó el terreno para años de conspiraciones y contraconspiraciones políticas: oscuras maquinaciones y cambiantes alianzas que llevaron al ataque contra los Medici.
El enigma Montefeltro muestra también cómo las majestuosas obras de arte del Renacimiento se enlazan íntimamente con mezquinas intrigas políticas. El último capítulo se centra en la Capilla Sixtina, tal vez el icono supremo de la Italia renacentista, erigida por uno de los antihéroes de este relato conspirativo, el papa Sixto IV. Cuando se camina hoy por la superpoblada Capilla no se puede sino admirar el poderoso cielorraso con el Génesis, y la aterradora pared del altar con el Juicio Universal. Estas dos obras maestras de Miguel Angel concentran casi toda la atención de los visitantes, que solo al final dirigen la mirada hacia otras paredes pintadas al fresco por maestros del siglo XV como Sandro Botticelli, el pintor florentino por excelencia. ¿Y si Botticelli se hubiera tomado una enigmática venganza contra el papa que contribuyera a causar la muerte de Giuliano de Medici?
¿Por qué hoy los lectores, sumergidos en un flujo de noticias tan rápido que las vuelve efímeras e irrelevantes, deberían interesarse en este pequeño fragmento de la historia? ¿Acaso no basta la “edad de la información” para mantenernos ocupados?
Las conjuras y guerras del Renacimiento, en las cuales el único modo de eliminar al enemigo era mediante el buen y viejo sistema del cuchillo o el veneno, empalidecen si se comparan con las de hoy.
Pero la mente humana funciona desde hace siglos del mismo modo. Hoy como entonces es posible matar a distancia: armando a otro y fingiendo no saber nada, o haciéndose amigo de las víctimas para deslizarse a sus espaldas y controlar si visten una coraza bajo el jubón bordado. Dante lo sabía muy bien, y consideraba a los traidores violentos como la peor calaña de los pecadores, ubicándolos en el fondo de su Infierno. Un antepasado de Federico da Montefeltro, Guido, conocía profundamente aquellos “corazones de tiranos”. Un fragmento del monólogo que Dante pone en sus labios ilustra su desnuda y dura filosofía de engaño y muerte:
Mientras tuve la carne y el hueso / que mi madre me diera, fueron mis obras / no de león, sino de zorro. / Disimulos y astucias, / todos los supe, y con tantas artes/ que hasta el fin de la tierra mi fama recorría.
Nicolás Maquiavelo tenía apenas nueve años en tiempos de la conspiración de los Pazzi. Fue testigo de la violencia desatada en las calles de Florencia, y probablemente la recordaba cuando recomendó en el El Príncipe que “es necesario saber bien usar la bestia y lo humano”, ser león y zorro al mismo tiempo y valerse de la fuerza y el engaño, cualidades indispensables del político sin escrúpulos.
Al escribir este libro tuve bien presentes los versos de Dante y las palabras de Maquiavelo. Contar una conspiración de hace cinco siglos es paradójico, dado que el principal objetivo de los conspiradores es permanecer en la sombra y destruir las pruebas, en un intento de evitar el peligro presente y el reproche póstumo. Sin embargo esta historia, y la Historia en la que hunde sus raíces, es absolutamente verdadera e increíblemente bien documentada. Y la fama de sus héroes resuena aún hasta “el fin de la tierra”.
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