Reproducimos completo el informe difundido por el Observatorio Universitario de Buenos Aires (OUBA), dependiente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, sobre el difícil panorama que enfrenta la industria editorial argentina.
Editoriales, libreros y cámaras de la industria editorial argentina confirmaron en los primeros meses de 2019 su peor crisis histórica agravada por los millones de volúmenes perdidos y por la generación de verdaderos daños estructurales. A partir de 2016 se publicaron menos de la mitad de ejemplares en comparación con el récord positivo histórico de 2014.
La caída editorial argentina desde 2016 registró, con la combinación explosiva de retracción de consumo generalizada a nivel nacional, inflación acumulada superior al 200% y devaluación persistente, una baja de ventas de al menos 36%, así como la pérdida de cerca del 35% de puestos de trabajo directos e indirectos y el cierre de decenas de librerías, con problemas de ventas.
Se trata de números reflejados en estadísticas publicadas por cámaras del sector, en particular por la Cámara Argentina del Libro (CAL) , a finales del año pasado, y actualizadas de manera periódica con encuestas a sus afiliados durante el presente año.
La CAL es una de las entidades más representativas y vocera de la problemática del sector al agrupar a más de 500 medianas y pequeñas editoriales.
“El sector atravesó varios momentos severos de crisis a lo largo de su desarrollo, que posiblemente no puedan ser estrictamente comparables entre sí por circunstancias históricas y puntuales, pero sí podemos decir que esta tal vez sea la crisis más prolongada alcanzando ribetes estructurales por su extensión en el tiempo”, dijo Diana Segovia, gerente de la CAL.
“Estamos con la mitad del mercado de producción de la primera tirada en relación al año 2015. Se pierden lectores y después es muy difícil recuperarlos, además estos tiempos propician el auge de la piratería en especial en formatos digitales de distinto tipo con perjuicios para la industria”, explicó.
Según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales, el promedio anual de lectura pasó de tres libros por habitante en 2013 a 1,5 en 2017. Por ello en el marco recesivo argentino desde la asunción del gobierno de Mauricio Macri en diciembre de 2015, el sector editorial fue uno de los primeros en sufrir graves pérdidas, dos años antes que otros como electrodomésticos, textiles, calzados y automóviles.
Según datos del ISBN (International Standard Book Number) compilados por la CAL de enero a octubre del 2018 se imprimieron 36.320.000 de ejemplares, que si fueran comparados con 2014 –año del récord histórico absoluto para la industria en volumen de producción, con más de 128.900.000 ejemplares impresos–, muestran el vértigo de la debacle.
“En lo que va de 2019 se generaron 22,6 millones de ejemplares. Esto muestra una pérdida de un cuarto de tirada promedio para la edición general argentina”, dijo Adrián Vila, Especialista en Políticas Editoriales de la Universidad de Buenos Aires y Doctor por la Universidad de Salamanca, al realizar una estimación de cifras actualizadas al día de hoy.
También la producción de ejemplares del Sector Editorial Comercial (SEC) no deja de decrecer desde 2016 y el año pasado fue de cerca de ocho millones de ejemplares menos que en aquel año.
Un derrumbe transversal
El desglose de la pérdida de puestos de trabajo hasta el mes de febrero del año 2019 implicó una caída directa para el sector editorial de al menos 20% de trabajadores, a lo que debe sumarse la desocupación indirecta ligada a la falta de tareas para correctores, diagramadores, traductores y otros oficios que participan externamente en la producción de libros, que suma al menos 15%
A las “bajas” en el camino debe agregarse también la reducción de personal en librerías de al menos el 15% desde 2016.
El informe de la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines (Faiga), otra asociación de relevancia, determinó a su vez que entre 2016 y 2018, se perdieron más de cinco mil puestos de trabajo en la industria gráfica.
Las editoriales deben afrontar el valor “volátil” y dolarizado del papel, que se traslada de manera inmediata a los costos: se trata de dificultades que afectan al conjunto de la industria gráfica, no solamente a la producción específica de libros.
“Además habría que ver cómo editoriales y librerías añaden a sus catálogos y a sus planes de venta los libros digitales. El ecosistema digital está en constante expansión y se está transponiendo literatura nacida impresa en papel de manera sostenida”, indicó Vila.
“Un estudio sobre literatura latinoamericana que hemos realizado muestra que en tres años (2015-2018) se ha digitalizado un 10% más de los títulos de la base de datos que disponíamos.
Pasamos de un 31% del corpus buscado en 2015, a un 41% en 2018. Los libros digitales poseen algunas ventajas: su estructura de costos es menor (una vez realizado, ya está, no se sigue produciendo en reimpresiones y reediciones). El tema es qué papel juegan las librerías físicas y las imprentas “, prosiguió.
Vaivenes políticos
Los incentivos a la producción y la compra estatal de libros, por licitación, se dejaron de lado, tras tomar impulso con la sanción, en 2006, durante el gobierno de Néstor Kirchner, de la Ley de Educación Nacional, en la que los libros se concibieron como material de promoción de lectura en escuelas públicas de los niveles inicial, primario y secundario y llegaban gratis a los alumnos.
Alberto Sileoni, que se desempeñó como ministro de Educación entre 2009 y 2015 durante las dos presidencias de Cristina Fernández de Kirchner, promovió la compra, también por licitación, y con la misma finalidad de promoción de la lectura, de autores nacionales.
Por otra parte la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares), conformada por casi dos mil bibliotecas y 30 mil voluntarios en toda Argentina, contribuyó asimismo a la promoción de la lectura.
Una estadística oficial muestra con claridad el cambio de situación con la asunción del gobierno de Macri : de 1150 millones de pesos en 2015, en el renglón de compras estatales de libros, se pasó a erogar sólo 100 millones de pesos en 2016.
Según el último informe del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), dependiente de UNESCO, se registró “disminución de los ejemplares producidos por las entidades públicas en Argentina” , durante los años desde el cambio de gobierno.
Recientemente, diversos actores del medio editorial propusieron un proyecto parlamentario que aspira a la creación del Instituto Nacional del Libro (INLA), iniciativa que fue presentada ante la Comisión de Cultura por el diputado nacional Daniel Filmus.
Algunos de los ejes fundamentales del proyecto de ley, entre otros, son:
– Contribuir a la circulación de la creación literaria y el pensamiento argentino como herramienta de democratización y enriquecimiento del debate público.
– Promover la circulación federal del libro y el acceso igualitario en todo el territorio de nuestro país, fortaleciendo los mecanismos de distribución y comercialización.
– Promover los espacios de promoción y difusión del libro en sus dimensiones culturales y de promoción de la lectura.
– Contribuir a garantizar derechos de autores y productores culturales editoriales.
– Promover la presencia y circulación del libro argentino en el ámbito de la lengua castellana más allá de las fronteras nacionales a través de políticas de estímulo a la exportación y traducción de libros argentinos.
El drama en sordina de las librerías
“Muchas librerías cierran, entran en convocatoria o pagan muy mal y son nuestra principal fuente de ingresos”, dijo el responsable de una importante editorial que opera en el país. Según cifras de la CAL desde 2016 se cerraron 35 pequeñas librerías en el país y otras 30 liquidaron sucursales, fueron absorbidas por cadenas, -otro rasgo del fenómeno de la concentración en la industria editorial-, o redujeron espacios y personal por los costos inaccesibles por el aumento inflacionario de alquileres y servicios como la electricidad.
Apenas como somera mención y a modo de ejemplo, según la asociación de Defensa de Usuarios y Consumidores (DEUCO), las tarifas de luz en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el conurbano bonaerense se incrementaron hasta 2.800% desde 2016 hasta el último mes de abril.
Para el librero Ezequiel Leder Kremer, responsable de Librería Hernández, las cifras de cierres hasta el mes de mayo de este año son casi el doble a las estimadas en el último informe de la CAL, de acuerdo con mediciones propias que llevan adelante entre representantes de librerías.
“Nuestros relevamientos en el sector nos indican al menos los cierres de 56 puntos de venta si agregamos las seis sucursales de la cadena Distal que se contabilizaron a principios de mayo de este año. La única posibilidad a futuro que vemos es una recuperación del mercado interno, incremento del poder adquisitivo y mayor demanda laboral como soluciones de fondo”, dijo. “Tenemos cada vez menos clientes, la recesión contribuye a cambios de idiosincracia cultural, destruye hábitos cultivados por años en nuestro país. Las personas ya no salen, se recluyen temprano en sus casas, aferradas a sus abonos al cable o a los servicios por streaming como su última ventana con el exterior y los consumos culturales, que costaron décadas fomentar, se ven profundamente perjudicados”, concluyó Leder Kremer.
Crisis coyuntural y estructural
“La crisis editorial actual puede pensarse en dos dimensiones, una coyuntural y otra estructural. La primera se refiere a la circunstancia de que el libro es un objeto suntuario y en toda situación económicamente recesiva es una de las primeras materias que cae en el mercado y una de las últimas en recuperarse. En tanto la mirada estructural tiene que ver con que a partir de la década del 90 en Argentina empieza a darse un proceso de concentración permanente de la industria editorial”, afirmó el vicedecano de la Facultad de Filosofía, Américo Cristófalo, referente en el área editorial y reconocido traductor.
“Los grandes grupos editoriales dominan una porción vastísima del mercado, mientras que las editoriales medianas, pequeñas e independientes se disputan una porción muy pequeña. Este rasgo estructural que acompaña el movimiento de la industria editorial a nivel global, solamente puede ser modificado por medio de regulaciones del Estado, que no es precisamente el concepto que tiene hoy la política hegemónica”, agregó
“Estamos ante una crisis incomparable, ni durante las dictaduras ni en la década menemista delos 90, que marcó el inicio de la concentración de la industria editorial argentina, se verificó un panorama tan desolador”, explicó.
“A la gran crisis de 2001 le siguió una fuerte recuperación que se acentuó de manera exponencial entre 2004 y 2015, hasta marcar el récord histórico de publicaciones del país en millones de ejemplares. Este período se caracterizó, además de las mejores condiciones de producción y de venta, por la recuperación de funciones de la actividad editorial relegadas, como la traducción, que en muchos casos logró anticipar a grandes editoriales concentradas con la puesta en circulación de autores y obras relevantes, como ocurrió en las mejores épocas de la historia editorial argentina, así como la promoción de autores jóvenes y el rescate de escritores argentinos “, añadió Cristófalo.
“Del mismo modo habría que decir que durante ese período la industria gráfica alcanzó altos niveles de inversión en nuevas tecnologías y en la modernización del parque editorial”, concluyó.
Según el Cerlalc : “En Argentina, las seis editoriales comerciales líderes, ordenadas según la cantidad de ejemplares declarados, son responsables del 56% del total de ejemplares producidos por las editoriales comerciales, sobre la base de un modesto 10% de los ISBN solicitados por estas mismas en 2017. Cuatro de las siete editoriales destacadas por ejemplares producidos son grupos internacionales, en concreto, Penguin Random House mediante su división Grupo Editorial con sede en España; las españolas Planeta y Grupo Prisa, casa Matriz de la editorial de libros educativos Santillana, y la alemana Holtzbrinck” .
Las publicaciones universitarias no son la excepción en la crisis. La Facultad de Filosofía y Letras, por ejemplo, trabaja dos líneas de edición: una vinculada a materiales académicos de las cátedras y a la publicación de resultados de investigación producidos en la casa y otra, EUFyL, que aspira a intervenir con un catálogo relevante en el medio cultural argentino, esta segunda línea de producción dirigida a librerías y de distribución nacional quedó fuertemente afectada por el impacto de la crisis actual.
Las publicaciones universitarias apenas suman el 4% de quiénes producen libros en Argentina, según las últimas estimaciones de la CAL.
Fahrenheit criollo: resistencia y reducción de daños
El 14 de diciembre del año pasado el colectivo “Trabajadorxs de la palabra” realizó con gran repercusión de asistencia un “Librazo” en la Plaza de los Dos Congresos, frente al Parlamento argentino, con mesas de debate, espectáculos musicales, “suelta de libros” y lecturas públicas, justamente de fragmentos de la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, que recrea un aparato estatal dedicado literalmente a la quema de libros con el oxímoron de un Cuerpo de Bomberos incendiario.
El llamado se hizo bajo las siguientes consignas: “Tratamiento efectivo de la Ley del Libro, No al vaciamiento de la Cultura y la Educación, No a la falta de políticas activas para la actividad editorial y No al ajuste, el endeudamiento y la represión”.
“Lxs trabajadorxs de la palabra somos librerxs, editores, periodistas culturales, traductorxs y escritorxs. El sector en el que trabajamos está en crisis. La caída del salario diezmó las ventas de libros teniendo como consecuencia, en muchos casos, el cierre de librerías. El aumento en los costos de producción, a partir de la devaluación y la dolarización del precio del papel, daña los planes editoriales y conlleva una menor cantidad de libros publicados y de trabajos asociados a la producción del libro. Toda la cadena de valor está precarizada. Desde correctorxs hasta autorxs, pasando por el diseño, la diagramación, la impresión y la venta. A lo que se suma la falta de políticas públicas de incentivo o regulación y la apertura de importaciones”, resumía el Colectivo en el comienzo del significativo comunicado de convocatoria.
La metáfora creada por Bradbury en 1953, como repudio a la asfixiante extensión del macartismo en Estados Unidos, cobra actualidad en el plano de la realidad editorial argentina:
la vida del libro argentino, amenazada por la profundidad de la crisis y por la estructura monopólica dominante del sector requiere políticas urgentes de reparación y de recuperación activa.
Entre distintos actores del mundo editorial circula la convicción generalizada de que un período de cuatro años más en estas condiciones va a significar un golpe de gracia letal para la industria cultural tal como la conocemos hasta el momento.
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