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Los hombres —y las mujeres— no son como la papa

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Reflexiones de Alberdi sobre el oficio periodístico para el 7 de junio, la fecha en que se conmemora el Día del Periodista en la Argentina. El día fue elegido en homenaje al nacimiento de la Gazeta de Buenos Ayres, en 1810, dirigida por Mariano Moreno.

Por Teresa Téramo

“Los hombres no son como la papa”, decía Juan Bautista Alberdi. Ni se plantan en cualquier suelo, ni prosperan por mera fuerza de las lluvias. No es casual que este abogado, pensador, diplomático y —no lo olvidemos— periodista precoz, haya sostenido que las costumbres son la Constitución viva de un pueblo. Es en ese humus invisible donde germinan o se marchitan las naciones.

En tiempos en que se discute el sentido del periodismo —si sirve, si molesta, si se compra, si es reemplazable por algoritmos— bien vale recordar a uno de los padres fundadores del periodismo argentino. Un joven que, a los veintipico, firmaba como Figarillo —se decía discípulo tardío de Larra—, y se burlaba con fina ironía de la mediocridad de su época, de un pueblo adormecido. Su campo de batalla por aquel entonces: La Moda, un periódico que decía hablar de modas, pero desnudaba costumbres.

La generación que quiso cambiar el mundo en un salón literario, al fondo de una librería

En el Buenos Aires de 1837, Alberdi, Esteban Echeverría, Vicente Fidel López, Gutiérrez y otros jóvenes inquietos se reunían en el salón literario de Marcos Sastre. Imaginaban una Argentina moderna, republicana y culta, a la luz de Rousseau, Tocqueville, Victor Hugo, Bentham… Se hacían llamar “la Joven Argentina”, espejo criollo de la “Giovine Italia” de Mazzini. Confiaban en que las ideas viajan más rápido que los ejércitos. Y que el periodismo podía ser un caballo de Troya.

La Moda fue, en apariencia, un periódico ligero, casi frívolo: hablaba de sombreros, música y costumbres sociales… Pero bajo ese barniz, golpeaba con sátira al autoritarismo, al atraso cívico, a la pereza intelectual. No podían atacar de frente —la censura de Rosas no lo permitía—, así que lo hacían de soslayo: hablando de jopos y de vestidos de moda, retrataban el vacío político y moral.

¿Qué debe decir un buen periódico?

En una deliciosa parodia publicada en La Moda, Alberdi entrevista a personajes populares —una mujer, un zapatero, un pulpero, un tendero— y recoge sus expectativas sobre qué debería contener un periódico. Las respuestas son un muestrario de la banalidad: modas, chismes, precios, cosas “útiles”, nada de filosofía ni política. “Desde que vinieron los papeles periódicos todo ha sido anarquía”, le advierte un anciano letrado.

Sin embargo, Alberdi concluye con una defensa lúcida de la prensa: el periodista no debe dar al pueblo lo que quiere, sino aquello que lo ayuda a querer mejor. Interpretar sus necesidades profundas, no sus apetencias pasajeras.

Periodismo como cultivo de la ciudadanía

Alberdi intuía que el periodismo no es un mero espejo de la sociedad, sino un taller donde se liman sus asperezas y se educa su mirada. De ahí su obsesión por la crítica de costumbres. Entendía que el periodismo no debía limitarse a entretener ni a adular al poder. Su misión, entonces como hoy, era formar ciudadanía, despertar pensamiento crítico, cultivar la vida pública. Pero nunca fue tarea fácil. “Aquí todo el mundo hace profesión pública de rendir homenaje a la Verdad, pero cuida en realidad de exterminarla”, escribía con mordaz ironía en otra de sus obras: Luz del Día. Quizás por eso, en tiempos de hipocresías más sofisticadas, de fake news envueltas en retóricas vacías y de algoritmos que alimentan la confusión, convenga recordar que estos también son tiempos para el ingenio, la sátira y, cuando es necesario, el disfraz inteligente. Como en los días de La Moda, hay verdades que solo logran decirse si viajan de incógnito. Y en ese arte de revelar sin decirlo todo, Alberdi sigue siendo —como bien se ha dicho— nuestro contemporáneo: nos podemos ver y juzgar a través de su obra.

Hoy, cuando muchos confunden el oficio con la agitación de las redes, cuando se mide el periodismo por el “click” y no por la reflexión que provoca, la lección de Alberdi sigue vigente. No, “los hombres no son como la papa”: no crecen solos, no maduran en la oscuridad. Requieren luz, aire, debate público. Y un periodismo que sepa más de ciudadanía que de algoritmos.


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