Visita al histórico edificio de la calle México 564, en Buenos Aires, que el escritor dirigió durante 18 años, y que todavía conserva la memoria de su paso. Un icono de la literatura argentina, que ahora luce algunos ambientes restaurados.
Hay edificios que no son simplemente de piedra y mármol, edificios que acumulan memoria en capas, en silencio, con la persistencia de lo eterno. La antigua sede de la Biblioteca Nacional Argentina, ubicada en la calle México, es uno de ellos. Desde 1901 hasta 1993 fue uno de los lugares que contribuyó a forjar una conciencia nacional.
Hoy es un edificio discreto en el paisaje entre el Microcentro y San Telmo, custodiado por la cercanía simbólica de la Manzana de las Luces. Pero fue, y de algún modo sigue siendo, un faro que evoca los símbolos de Jorge Luis Borges, que se imaginaba el paraíso en la forma de una biblioteca.

Todo comenzó con una disputa simbólica. El proyecto original de este edificio, diseñado en 1896 por el arquitecto Carlos Morra, tenía como fin ser la sede de la Lotería Nacional. Era parte del ambicioso plan de obra pública de Julio Argentino Roca, artífice de una Argentina que pretendía europeizarse a fuerza de cúpulas, frisos y escalinatas.
Del azar a la razón: un edificio disputado
Pero Paul Groussac, entonces director de la Biblioteca Nacional y empecinado defensor del saber como bien público, se opuso. Un francés olvidado en Francia pero inscripto con letras firmes en la historia intelectual argentina, Groussac interpeló a Roca: “¿Cómo puede ser que un palacio se destine al juego, mientras la Biblioteca Nacional se arrumba en rincones menores?”. El presidente escuchó. El destino del edificio cambió. En 1901, con su mármol aún brillante y su ascensor flamante —probablemente el primero de Buenos Aires—, se inauguró como biblioteca. Ya no habría dados, sino ideas.
Groussac fue algo más que un bibliotecario. Fue un curador de la inteligencia argentina que vivió y murió en el edificio. En el segundo piso, donde hoy se asoman visitantes y estudiantes, fue su hogar y también su velatorio.

El templo de Borges
Pero si hay un nombre que transforma esta sede en mito, ese es el de Jorge Luis Borges, quien ocupó la dirección entre 1955 y 1973. Es casi una imagen mística: Borges, ciego, caminando entre estanterías, tocando los lomos de los libros como si fueran rostros familiares, trabajando en sus Obras Completas, en la traducción al inglés de su obra con Norman Thomas di Giovanni, rodeado de secretarias bilingües y periodistas venidos de todo el mundo.
Era una biblioteca que Borges habitaba como si fuera una extensión de su mente. Pidió decenas —centenares— de libros, los leyó, los anotó, escribió en los márgenes. Un lector absoluto. Como los glosadores medievales, dejaba marcas en los libros: frases subrayadas, comentarios, fechas, a veces solo su firma. Para Borges, el libro era una conversación viva, no un objeto sacrosanto. Decía que prefería los placeres de la lectura a la adoración del objeto.
Esos libros, cerca de dos mil, se perdieron temporalmente en la vastedad de la colección. Pero un trabajo titánico de los investigadores Laura Rosato y Germán Álvarez logró recuperarlos. Hoy forman parte de un catálogo fascinante, Borges, libros y lecturas, y algunos están disponibles para su consulta en el Centro de Estudios Borgianos, espacio que desde 2015 intenta restaurar no solo los muros, sino el espíritu del lugar.

Una arquitectura de la memoria
Caminar por esta biblioteca es entrar en una novela de Italo Calvino. Los techos altos, los vitrales, los ficheros giratorios: todo parece estar dispuesto para que el tiempo no pase. O mejor dicho: para que el tiempo no se olvide.
El estilo arquitectónico —neoclásico italiano— está en sintonía con las grandes obras de principios del siglo XX. El mismo Carlos Morra diseñó la Escuela Roca, el Tiro Federal, y un edificio en 25 de Mayo y Perón que hoy aloja a la Facultad de Filosofía y Letras. La escalera es idéntica. Todo está cruzado por esa idea de monumentalidad austera que parecía querer eternizar la república de las letras.
En los techos, Groussac dejó su firma simbólica: inscribió en dorado los nombres de los directores de la Biblioteca hasta entonces, y cometió un gesto poético y político al incluir a Mariano Moreno como si hubiese sido director, aunque había muerto antes de la inauguración. Fue una forma de fundar retrospectivamente una genealogía ilustrada.
En las paredes hay paneles con nombres de escritores universales: argentinos, franceses, griegos, alemanes. En las esquinas del salón, musas alegóricas representan las cuatro grandes áreas del saber según el catálogo metódico implementado por Groussac: letras, ciencias, historia y derecho. Fue el primer intento serio de organización moderna de la colección, que hasta entonces se ordenaba solo por ubicación física.

La biblioteca secreta de Borges
Pero el corazón de este edificio es Borges. Es su despacho, donde no usaba el escritorio original de Groussac —que se conserva como reliquia—, sino uno semicircular que él mismo mandó a hacer, inspirado por la necesidad de tener todo al alcance de la mano. Hay algo profundamente borgiano en eso: la forma circular, el espacio cerrado, la repetición de los destinos.
En uno de sus poemas más célebres, el Poema de los dones, Borges escribe: “Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”. Ese don, ese castigo, esa ironía, es también la historia de su paso por la Biblioteca Nacional.
En contraste con paso inicial por la Biblioteca Municipal Miguel Cané de Boedo, donde también se recuerda hoy su memoria, en la Biblioteca Nacional fue tratado como el gran escritor que ya era.
En 1993, la Biblioteca Nacional se trasladó a su actual sede en Agüero, en Barrio Norte. El viejo edificio quedó atrás. Fue entregado al Ministerio de Cultura y comenzó una etapa errática: oficinas públicas, presentaciones de danza, ocupaciones ajenas. Se deterioró. La sala de lectura perdió su función. Los vitrales se oscurecieron.
Pero en 2015 una restitución parcial permitió recuperar el hall, el primer piso y algunas salas. En 2018 comenzó un proceso de restauración que aún continúa. No es solo un rescate edilicio, sino una recuperación simbólica. Allí donde Borges leyó y escribió, hoy hay investigadores, visitantes, lectores, que cumplen una vez más con el destino de este edificio de homenajear a los libros.










Para realizar la visita a la ex Biblioteca Nacional se debe coordinar una visita guiada enviando un correo a centro.jlborges@bn.gob.ar.
El espacio se encuentra en proceso de restauración y aún no es accesible a personas con movilidad reducida.
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