… De un modo semejante, el problema de la seguridad online concierne sobre todo a los detalles. Lo que los activistas norteamericanos llaman “privacidad electrónica” sus contrapartes europeos lo llaman “protección de datos”. Nuestro término es emocionante; el de ellos es preciso. Si alguien está por robar tu número de American Express y la fecha de vencimiento, o si un exnovio malvado está buscando tu nueva dirección, necesitas el tipo de secreto que busca garantizar el encriptado. Si estás hablando con un amigo por teléfono, sin embargo, solo necesitas una sensación de privacidad (…). Del mismo modo en que la mayoría de la gente le teme moderadamente a los gérmenes, pero le deja la virología a los Centers for Disease Control, la mayoría de los norteamericanos tienen un razonable interés en la seguridad pero dejan el trabajo de cuidado serio a los expertos. Nuestro problema ahora es que los custodios empezaron a hablar con un lenguaje de pánico y a tratar a la privacidad no como un valor entre otros, sino como un valor que triunfa sobre todos los demás. Powers define “lo privado” como “la parte de la vida que no queda registrada” y ve en los rastros digitales que dejamos sobre las cosas a las que nos acercamos una aproximación a “ese momento en que cada día de vida de una persona se volverá como un día en la vida de Leopold Bloom, registrado en detalles completos y reproducibles con algunos hábiles golpes sobre el teclado”. Asusta, por supuesto, pensar que el misterio de nuestras identidades puede ser reductible a una secuencia finita de datos. Que Powers pueda seriamente comparar un fraude con una tarjeta y escuchas telefónicas a la termoincineración nuclear, sin embargo, habla sobre todo del contagioso pánico relativo a la privacidad. ¿Dónde está dicho, al fin y al cabo, lo que Powers o cualquier otra persona está pensando, soñando, o aquello de lo que se está avergonzando? Un Ulises digital compuesto únicamente de una lista de las compras de sus héroes y de otras transacciones comprobables ocuparía, a lo sumo, cuatro páginas: ¿No había ciertamente algo más en la jornada de Bloom?
(Jonathan Franzen, Cómo estar solo. Seix Barral)
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