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János, o la esencia de la literatura

Ella es Mirta: Mirta Szakasits. Probablemente no hubiera Mirtas de donde quiera que fuera y le haya gustado cómo sonaba; si no, no habría elegido un nombre que le iba mejor a alguien con por lo menos quince, veinte años más que ella. Era como esos chinos que se ponen nombres ingleses, algo que siempre me cae simpático. Michael Wei, Lulu Chen. No me imaginaba su verdadero nombre de pila porque no tenía ni idea de dónde podía ser, y menos todavía el apellido. Usaba ropa de colores tan chillones que daban la impresión de que era daltónica; tenía cierta preferencia por las calzas floreadas, que no nos hacía bien a ninguno de los dos. Y su acento era ligero, misterioso e inasible, se marcaba de golpe sobre su español como si se lo untara y se iba tan rápido como aparecía. Alguna que otra vez la escuché hablando por teléfono; oí una sopa de letras inentendible.

Él es János. Petiso, pelado, canoso, de ojos muy pequeños, cejas finas y bigote grueso y corto, tenía todo el aspecto de abuelito. Siempre usaba un sombrero marrón claro, con tonos beige, que me parecía muy elegante. Vestía camisas que parecían compradas por nietas hipotéticas, pantalón, traje y un reloj dorado pero discreto. A veces aparecía algún suéter a cuadros en vez del traje. János tenía dos caras: con las cejas retorcidas y haciendo un piquito con la boca, cuando estaba concentrado; y con las cejas más hacia arriba y el bigote tirado hacia abajo, cubriéndole la boca casi como en un dibujo de Quino, los ojos mirando hacia la nada aunque estuviera rodeado de paredes a centímetros; pensativo, tristón. 

Y él es Anton, nuestro narrador. Me despertaba cuando la luz del sol me molestaba y me mandaba a cumplir con mi deber. Dos, tres, veinte CV. ¿Cuántos sería aconsejable mandar por día para no parecer un vago? No me tomaba nada, minutos. Responder, no me respondía nadie. Tampoco me molestaba en acosarlos para que lo hicieran. Entonces mamá creía que era un inútil. Entre nosotros había una especie de acuerdo tácito, aunque a veces no estaba seguro de que ella lo hubiera firmado. Yo mantenía el cuarto impecable, le pasaba lavandina y todo, y me quedaba ahí el día entero, mirando alguna serie, perfeccionando todavía más mi talento con el rifle NA-45 (a tal punto que en el modo online ya me había ganado el respeto de algunos asiáticos), yendo al baño cada tres o cuatro capítulos o niveles de juego. Ella no venía más a protestarme por el laburo o los estudios. 

Sobre este triángulo de personajes tan entrañables como diversos echa a rodar la primera novela publicada de Santiago Farrell. Una novela que teje amorosamente, como Penélope en su telar, una trama hecha de palabras, libros y emociones… ¿o irsélmek? En János, las palabras tienen ecos insospechados, espesores que se abren en numerosas capas para llevar al lector hacia los varios niveles de lectura de esta que es, esencialmente, una novela de iniciación. Para el narrador, pero también para el autor, que hace de su ópera prima una profesión de fe por los libros y la lectura. Como probablemente no podría ser de otra manera, oficio obliga.

Santiagofinal
Santiago Farrell con János, su primera novela

János propone una lectura ágil y entretenida -Santiago Farrell tiene buen oído para el diálogo y para volcar el papel el más puro lenguaje porteño- pero no por eso fácil. Aquí hay romance, hay costumbres argentinas, hay ironía, hay arquetipos y hay intriga, todo envuelto en vapores literarios, máquinas misteriosas, una química secreta, algo de alucinación, bastante acción y aventuras varias.

“János me explicó que era mejor así, porque leer «llena la mente» y complica sacar buenas emociones. La gente que lee mucho se toma todo muy en serio, entonces hay muchos clientes que vienen e insisten que tal o cual escritor hace mejor una emoción. Si yo no leo, entonces voy a traerle menos problemas con eso. No sabía si sentirme halagado o insultado”.

Como en todo buen libro, la premisa es sencilla y su concreción compleja: lo que empezó con la pregunta sobre “qué pasaría si el consumo de libros fuera tan inmediato como el de otros objetos culturales” se transformó en un homenaje al acto de leer. De pronto ya no se trata de consumir libros, sino de ser consumidos por ellos; de dejar de ser un mal lector -como nuestro narrador-protagonista- para pasar a ser dealer de emociones literarias. Oficio raro si los hay, pero ¿por qué no? Magias más raras ha permitido de la alquimia de la literatura. Como de la famosa taza de Proust salía Combray entero, casi como un decorado de teatro, de la máquina mágica de János -y de las páginas del libro que lleva su nombre- sale la esencia de los libros y junto con ella un abanico de personajes que oscilan de lo delirante a lo grotesco, de lo querible a lo excéntrico. No es coincidencia que Santiago Farrell, traductor de profesión, le haya dedicado su primera novela al arte sublime de traducir -literal y concretamente- las emociones que genera la literatura. Y mucho menos es coincidencia en un admirador de Proust, para quien le devoir et la tâche d’un écrivain sont ceux d’un traducteur (la tarea y el deber de un escritor son los de un traductor).

HxH: Si de algo no tenemos duda a medida de que avanzamos en las páginas de János es de Santiago Farrell no es solo escritor. Primero es lector. ¿Pero cómo se pasa de uno a otro?

SF: “Yo tengo un proceso de inspiración relativamente monótono: se me ocurren premisas que después se pueden aplicar a más o menos casos. Cuando son muchas posibilidades de aplicación, termina siendo una novela, cuando son pocas terminan siendo cuentos. Y en el caso de János, me habrá pasado en algún momento con algún objeto cultural concreto… recuerdo que me pasó con En busca del tiempo perdido, con Anna Karenina, con Los Buddenbrook, terminar el libro y quedar en un estado de estupor: era como si hubiera hecho ejercicio físico y tuviera que bajar los decibeles antes de pasar a las siguientes actividades. Es una especie de “estupefaciente” el acto de leer en ese sentido: me pasó y pensé ¿cómo sería si ese consumo, ese momento, esa lectura en la que uno se hunde, fuera una cosa literal, si fuera una cosa que uno aspirara o consumiera como si fuera una sustancia?

Era una pregunta muy abierta y tenía un millón de respuestas. Por un lado qué era, si un vapor, si una sustancia, luego las sustancias. Y así llegué a la idea de las sensaciones que genera. Por ejemplo para mí en Tolstoi, en Guerra y Paz o Ana Karenina, hay un “sufrimiento estoico”: me voló la cabeza y me dejó sumergido en eso, qué proclives que somos a la violencia, a diversas formas del mal, mientras el bien nos cuesta tanto: y eso es lo que genera el libro. 

HxH: La presencia de la palabra, sus significados, su música, es una constante en János…

SF: Como soy demasiado traductor, pensé en palabras intraducibles: la vieja saudade, el dolor del mundo alemán, palabras japonesas. A partir de ahí me vino la idea de describir las sensaciones, y ahí empecé con la idea a lo Juan Filloy de escribir de un modo bien rebuscado, bien alambicado… y así empezó como cuento. Porque esa fue mi intención inicial, cuando quise darme cuenta tenía más de 90 páginas y un cuento ya no era.

HxH: ¿Qué cambios estructurales provocó esa mutación?

SF: Entiendo yo que había nacido como una novela y no me di cuenta. Lo que tuve que hacer fue no tanto modificar como hacer un mapeo de lo que tenía: ver cuáles eran los personajes, sus motivaciones, sus miedos: hacerme un esquema general para seguir de un modo más coherente.

En ese momento empecé un taller literario con Hernán Vanoli que me orientó en todo el proceso, le llevé un cuento de 15 páginas y salí con una novela de 250. Él me orientó más en esa cuestión de la estructura. Lo principal que me recomendó fue eso: hace un mapeo de lo que tenés. En un cuento creo que prevalece más la idea de contar, pero como tenía una novela, empecé por los personajes que tenía, hasta terminar de armar en mi cabeza un arco narrativo. Pensé un final y a partir de ahí cómo llegar a ese final.

HxH: ¿Cuáles fueron tus fuentes de inspiración para la creación de los personajes?

SF: Tenía por un lado una cultura europea en particular que no voy a mencionar para no delatar el libro, pero que me atraía siempre. Hace tiempo viajé a ese país, y pensé cómo sería tener un personaje que fuera de un país distante, con una lengua distante, y cómo sería hacer las operaciones… algo me pasaba así a mí estudiando ruso. Esa fue la inspiración para crear prácticamente todo el círculo de János.

También me inspiré un poco en la costurera armenia que vivía en el edificio de al lado, recuerdo entrar a su lugar y sentir un poco esa extrañeza. La gente tiene una cultura y un idioma muy distintos y eso me sirvió un poco de inspiración

Y luego los demás… fui pensando en tipo de lectores. Originalmente pensaba que era una novela de escritores, y luego noté que eran lectores… hay de todo tipo, algo como lo de Puán (donde está la sede de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, NDR), esos lectores agrestes que se largan a leer de todo, como cuando leí el Ulises. Me largué y no entendí nada pero me fascinó. Incluí otros más aristocráticos, todo lo que podía ser un lector… y sin duda fue un desafío más interesante que si fuera con escritores.

HxH: Esta es tu segunda novela, la primera no la publicaste…

SF: Sí, la primera la escribí en 2012. Creo que fue una especie de prueba personal, la escribí muy rápido, y si bien llegué al final, sentí que no estaba para publicación y la dejé y al poco tiempo me vino a la mente lo que terminaría siendo János.

Fue diferente en ambos casos, porque en la primera hice todo en una semana y tenía más una idea de que iba a ser algo más extenso. En János fue distinto, avancé mucho más lentamente, a lo largo de un año y monedas, pero de modo constante, prácticamente todos los días, como fue un proceso lento, artesanal, donde me dediqué a disfrutar el acto de escribir, terminé tardando bastante más y así quedé tan absorto en la escritura… un poco lo que me pasa como lector, quedé tan absorto en lo que estaba escribiendo que me olvidé el género y terminó siendo una novela.

HxH: Además te tocó publicar en un momento especialísimo… no todo escritor publica su novela debut en plena pandemia. ¿Cómo fue el proceso?

SF: Una vez terminada la novela dejé pasar unos meses sin tocarla, luego procedí a corregirla, imprimí todo para verla en papel: eso me resultó muy útil, uno detecta un millón de cosas cuando corrige así. Luego empecé a mandar a editoriales por referencia de amigos, o de gente que ya había publicado. Estuve en contacto con editoriales que me ofrecían que me encargara de vender los ejemplares, y en ese proceso me tomé más o menos un año. Habré contactado a cuatro o cinco, y a una de ellas por un amigo, lo que me aseguraba que leyeran el borrador. Lo mandé y me contestaron un par de meses después diciendo que les había encantado, que querían reunirse conmigo: esto fue en junio de 2017. El plan era publicarla a fines de 2018, pero la industria editorial lo tuvo muy difícil esos años, se corrió hasta abril de 2020 y bueno… pasó lo que pasó, salió en formato electrónico (el 20 de abril, NDR), y ahora está saliendo en papel. Fueron pocos pasos, pero se extendió muchísimo en el tiempo.

Yo lo veo como algo muy positivo: estamos en medio de una pandemia que paralizó el planeta, pero así y todo pude publicar un libro de ficción escrito por mí, uno de los momentos más importantes de mi vida. Además a medida que se acercaba la publicación fui cayendo en la cuenta de que siempre escribí, que con lo que cuesta llevar una obra de arte a término, había escrito dos novelas y estaba publicando una… lo veo por ahí. Sí sé que es un tiempo dificilísimo, no solo para la editorial, sino para todas las editoriales del país, el tener que manejarse con el libro electrónico que en la Argentina no está al alcance de todos. Pero ya está también ahora en formato físico.

HxH: ¿Y tus próximos proyectos?

SF: Estoy escribiendo cuentos: tengo en este momento cinco, estoy escribiendo el sexto, mi intención es llegar a nueve. Venía relativamente trabado para escribir… el cuento para mí parece basarse más en cómo se cuenta, me lo tomé como ese desafío, adopté algunos preceptos de mi inspiración y con esta cuarentena -en la que no necesariamente tuve más tiempo, porque como traductor free-lance sigo trabajando tanto o más que antes- ya salieron varios cuentos y estoy viendo si ya este año puedo terminar la colección.

Así comienza János (Ed. Añosluz)

https://aniosluz.com.ar/producto/janos-santiago-farrell/

1.

Una modista que atiende desde las diez de la mañana hasta el mediodía y de tres a siete de la tarde. Debían vender droga. Una modista que atiende de martes a viernes desde las diez de la mañana hasta el mediodía y de las tres a las siete de la tarde, de manos un tanto inestables pero precios inusualmente baratos para el barrio, con un local diminuto en una calle llena de edificios de departamentos. Enrejado marrón modernoso, sesentoso, de rectángulos torcidos, y cortinas prehistóricas que cubrían la parte de atrás de ese local diminuto, como si se pudiera ver de más. Tenían que vender droga.

Además, tardaba en atender, siempre pasaba algo de tiempo hasta que la mujer atravesaba la cortina y tocaba el botón que me abría la puerta. Fue en uno de esos instantes que se me ocurrió la teoría de los narcóticos. Ese botón estaba puesto en un lugar ridículo; sería lógico si estuviera alguien sentado en el escritorio que estaba puesto dos metros frente a la puerta, porque podría apretarlo inmediatamente a su derecha, pero nunca nadie se sentaba ahí. Mirta siempre se inclinaba estirándose con una flexibilidad envidiable sobre la silla, como para no molestar al fantasma de una secretaria, y se oía el zumbido apenas perceptible de la traba. El ambiente olía a cloro y a algo raro.

Antes de entrar llegué a mirar la constancia de inscripción de su monotributo. Mirta Szakasits. Probablemente no hubiera Mirtas de donde quiera que fuera y le haya gustado cómo sonaba; si no, no habría elegido un nombre que le iba mejor a alguien con por lo menos quince, veinte años más que ella. Era como esos chinos que se ponen nombres ingleses, algo que siempre me cae simpático. Michael Wei, Lulu Chen. No me imaginaba su verdadero nombre de pila porque no tenía ni idea de dónde podía ser, y menos todavía el apellido. Usaba ropa de colores tan chillones que daban la impresión de que era daltónica; tenía cierta preferencia por las calzas floreadas, que no nos hacía bien a ninguno de los dos. Y su acento era ligero, misterioso e inasible, se marcaba de golpe sobre su español como si se lo untara y se iba tan rápido como aparecía. Alguna que otra vez la escuché hablando por teléfono; oí una sopa de letras inentendible.

Todavía más interesantes que Mirta, sin embargo, eran los que estaban a su alrededor, congregados de forma imposible en un espacio tan acotado. Había una señora petisa con edad para llamarse Mirta, a todas luces la madre, tenían los mismos ojos: medio orientales, tal vez gitanos, inquisidores, aunque la madre los abría casi hasta sacárselos de la cara. Casi siempre estaba una amiga, extranjera también pero sin los ojos orientales, alta y flaca como Mirta, pero con el pelo parado y teñido de rubio en vez de su castaño oscurísimo. Cuando entraba yo siempre pasaban a un español un tanto afectado, con subidas de tono en sílabas donde no iban. Ah, sí, la camisa, acá está, sí, está todo cosido el pantalón. Pensándolo bien a veces podía sonar sospechoso. Y también estaba János.

Petiso, pelado, canoso, de ojos muy pequeños, cejas finas y bigote grueso y corto, tenía todo el aspecto de abuelito. Siempre usaba un sombrero marrón claro, con tonos beige, que me parecía muy elegante. Vestía camisas que parecían compradas por nietas hipotéticas, pantalón, traje y un reloj dorado pero discreto. A veces aparecía algún suéter a cuadros en vez del traje. János tenía dos caras: con las cejas retorcidas y haciendo un piquito con la boca, cuando estaba concentrado; y con las cejas más hacia arriba y el bigote tirado hacia abajo, cubriéndole la boca casi como en un dibujo de Quino, los ojos mirando hacia la nada aunque estuviera rodeado de paredes a centímetros; pensativo, tristón.

Eso es todo lo que podía ver, porque a János lo divisaba de reojo atrás de la cortina cuando alguien más entraba o salía y quedaba abierto un espacio por unos instantes. Apenas podían, lo cerraban. János siempre aparecía sentado frente a otra mesa junto a una pared, en diagonal al escritorio de la secretaria fantasma, la mayoría de las veces trabajando frente a una máquina que no era de coser como la que tenía a sus espaldas. Sabía que era otra cosa porque él podía cubrirla con su cuerpo y hacía un sonido más grave y constante, algo así como un ronroneo. Un sacapuntas industrial, quizás. O una picadora de cocaína.

—Acá está, camisa está cosida, sí, el bolsillo también —me dijo Mirta. La separación entre acá y está le salió achinada y la ele de bolsillo sonó medio árabe. Un misterio, esta gente. Pero ninguno que le ganara al del viejo con su máquina indescifrable. Cuando me quise dar vuelta ya me habían cerrado la puerta y una mano firme tiró de la cortina de atrás para ocultarme a János.

***

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