Verdad, mentiras y literatura (Truth, Lies and Literature) es el título de un “comentario cultural” publicado por Salman Rushdie en el New Yorker del 31 de marzo de 2018. Aquí un fragmento -muy breve- y el link al artículo original:
Verdad, mentiras y literatura – Por Salman Rushdie
… Los defensores de lo real, intentando contener el torrente de desinformación que se vuelca sobre nosotros, suelen cometer el error de añorar una edad dorada en la cual la verdad era incuestionable y universalmente aceptada, argumentando que lo que necesitamos es volver a aquel bendito consenso.
La verdad es que la verdad siempre fue una idea cuestionada. Cuando estudiaba Historia en Cambridge, descubrí tempranamente que algunas cosas eran “hechos básicos” -es decir acontecimientos inapelables, como que la batalla de Hastings ocurrió en 1066, o que la Declaración de Independencia de Estados Unidos se adoptó el 4 de julio de 1776. Pero la creación de un hecho histórico era el resultado de un significado particular adscrito a un acontecimiento. El cruce del Rubicón de parte de Julio César es un hecho histórico. Pero mucha otra gente cruzó ese río, y sus acciones no interesan a la historia. Esos cruces no son, en ese sentido, hechos. También el paso del tiempo cambia el significado de un hecho. Durante el Imperio Británico, la revuelta militar de 1857 se conocía como el Motín Indio, y como un motín es una rebelión contra las legítimas autoridades, ese nombre -y por lo tanto el significado del hecho- ubicó a los indios “amotinados” como erróneos. Los historiadores indios se refieren hoy al acontecimiento como el Levantamiento Indio, lo cual lo convierte en un tipo de hecho totalmente diferente, y significa algo distinto. El pasado es constantemente revisado según las actitudes del presente.
Hay, sin embargo, alguna verdad en la idea de que en Occidente, en el siglo XIX, había un consenso considerablemente amplio sobre el carácter de la realidad. Los grandes novelistas de la época -Gustave Flaubert, George Eliot, Edith Wharton y otros- podían asumir que ellos y sus lectores, a grandes rasgos, coincidían sobre la naturaleza de lo real, y la edad de oro de la novela realista se construyó sobre ese fundamento. Pero ese consenso se construyó sobre un cierto número de exclusiones. Era blanco y de clase media. Los puntos de vista de, por ejemplo, los pueblos colonizados o las minorías raciales – puntos de vista desde los cuales el mundo lucía muy distinto de la realidad burguesa retratada, por ejemplo, en The Age of Inocence, Middlemarch o Madame Bovary– eran ampliamente borrados de la narrativa.
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