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IA y “lectores sensibles”: ¿hacia una literatura aséptica?

La tendencia actual es fomentar la escritura creativa. Basta con echar un vistazo a las mesas de las librerías, rebosantes de métodos que ofrecen consejos rápidos y eficaces para escribir una buena novela, para darse cuenta de que también existen aplicaciones en línea especializadas en “coaching” literario, que ofrecen clases magistrales, seminarios web y tutoriales en línea, por no hablar del creciente número de cursos universitarios de escritura creativa en Francia.

Stéphanie Parmentier, Aix-Marseille Université (AMU)

Esta locura por el “estilo perfecto” ha alcanzado un nivel sin precedentes con la llegada de potentes herramientas procedentes de Estados Unidos: la inteligencia artificial generativa. Estas impresionantes herramientas están poniendo a prueba el trabajo de los autores, que las utilizan para escribir con mayor facilidad. A este fenómeno se añade el asesoramiento de los “lectores de sensibilidad”, que se supone que hacen irreprochable una obra sin ofender a nadie. Contratados por editores o autores, estos correctores se encargan de examinar una obra literaria antes de su publicación para detectar cualquier contenido que pueda escandalizar u ofender a los lectores.

Estas atractivas herramientas, ¿no actúan, por el contrario, como un freno a la creación o como un incentivo para la normalización literaria?

Literatura y chatbots

Desde la llegada de la inteligencia artificial generativa en noviembre de 2022, algunos autores no han dudado en utilizar chabots para escribir sus textos. En 2023, más de 1.000 libros escritos o coescritos por robots conversacionales aparecían, sobre todo, en el sitio Kindle Direct Publishing de Amazon. De repente, aparecían en el sitio libros de cocina, guías de viaje, biografías y libros infantiles, todos escritos por un robot conversacional, aunque con bastante torpeza.

Más allá de la plataforma del gigante de Seattle, esta herramienta también ha conseguido introducirse en el círculo muy cerrado de los premios literarios. Rie Kudan, novelista japonesa, ganó el prestigioso premio Akutagawa, el “Goncourt japonés”, por su novela Tokyo Sympathy Tower, escrita con la ayuda de ChatGPT. Del mismo modo, Shen Yang ganó un premio literario de ciencia ficción en China escribiendo un relato corto en 3 horas y 66 prompts, convirtiendo el prompt en una nueva métrica en la creación literaria.

Mientras que algunos escritores, como James Frey, utilizan la IA para intentar escribir el mejor libro posible, otros han demostrado que, lejos de fomentar una nueva forma de creatividad, las publicaciones generadas por robots revelan una inquietante similitud. Alimentadas e impulsadas por un corpus de datos humanos previamente clasificados, normalizados y organizados, las inteligencias artificiales generativas no crean textos innovadores tal cual, sino que ofrecen una especie de reciclaje literario continuo que podría calificarse de literatura circular.

Este fue el experimento realizado por la autora Juliette Mezenc durante su performance poética con ChatGPT. Al pedir al robot conversacional que escribiera un poema al estilo de Juliette Mezenc, esta poeta consiguió demostrar el vacío literario de ChatGPT. En el transcurso de sus indicaciones, agotó estratégicamente los recursos literarios del robot, demostrando que sus capacidades se limitaban a una continua remezcla de versos que simulaban la creación.

IA y lectores sensibles: un cóctel literario impersonal

Esta intrusión de la IA en el paisaje literario hace que cada vez sean más frecuentes en el mercado los textos escritos al estilo de ChatGPT u otros robots, es decir, textos lo más higienizados posible y aptos para todos los públicos, que se convierten en el sésamo literario por influencia de los lectores sensibles.

Esta última tendencia, que también se originó en Estados Unidos, consiste en detectar y borrar frases o situaciones embarazosas para ciertos lectores; ahora las editoriales la utilizan cada vez más para evitar cualquier alboroto mediático cuando se publica un texto.

Varios autores han hecho revisar sus textos por un nuevo tipo de corrector. Es el caso, por ejemplo, de la autora Daphné Palasi Andreades con su novela Brown Girls, publicada en 2023, que cuenta la historia de la diáspora filipina en Estados Unidos.

Para evitar cualquier estigmatización, el título original no pudo traducirse literalmente al francés. Un año después de su publicación original, el editor prefirió Les Filles comme nous.

Estos ejemplos revelan que se está produciendo un cambio en el ámbito literario. Con la IA y los lectores sensibles, algunos profesionales del libro parecen recurrir ahora a una estrategia de evasión para adaptar su política editorial a un mercado cuidadosamente definido.

Ya no se trata de buscar la originalidad o la sorpresa, y menos aún de escandalizar o provocar el escándalo, como pretendían antaño algunos editores. Conscientes de las ganancias económicas que podía reportar una polémica constructiva, editores como Bernard Grasset y René Julliard no dudaron en publicar novelas capaces de sacudir las cosas, como la joven Françoise Quoirez, más conocida como Françoise Sagan, cuya esbelta novela Bonjour tristesse, publicada en 1954, la convirtió en una novelista a contracorriente. “El escándalo es el talento, cuando se agarra a la gente por los pelos y se la golpea con una frase”, decía en una entrevista realizada por André Halimi en 1973.

Al complacer a la inteligencia artificial y a los lectores sensibles, el mercado del libro parece “evitar ahora las ideas problemáticas, el malestar […] el riesgo“. Esta es la idea central de una novela titulada Sensibilités escrita por Tania de Montaigne, una de cuyas publicaciones también ha sido objeto de una importante revisión por parte de los “lectores de sensibilidad”:

“Esa era la clave: no herir a nadie, limar asperezas para que los lectores pudieran sentirse lo mejor posible, sentirse bien. […] La clave era desactivar las palabras e ideas problemáticas y ofrecer una versión equivalente, inofensiva. No ofrezcas nada que pueda resultar ofensivo. Sobre todo, que nadie sea agraviado”.

Frente a este filtrado por medio de avisos y relecturas excesivas, cabe preguntarse si la inteligencia artificial, por no hablar de los lectores sensitivos, no representa en realidad una forma de censura. ¿No estamos asistiendo a la regulación del mercado literario, con el objetivo de producir una literatura monótona y alejada de cualquier singularidad?

Es una pregunta que también se hace Antoine Gallimard, tras su experiencia con Llama, la IA de Méta, que se niega a escribir “al estilo de Michel Houellebecq”, por considerar que las palabras de este autor francés de fama mundial son demasiado ofensivas para ser generadas. La negativa de la máquina a crear textos polémicos parece revelar “un modelo de sociedad que presta poca atención a la complejidad de la experiencia humana y que se arroga, desde la costa Oeste de Estados Unidos, el derecho a decir lo que es bueno o no pensar”, denuncia el célebre editor.

ara evitar una situación similar, tanto a los autores como a los editores les interesa estar alerta ante el riesgo de tópicos literarios engendrados por robots conversacionales y desacreditadores editoriales. También se podría informar a los lectores del contexto de una publicación en un prólogo, por ejemplo.

Sin embargo, pensándolo bien, el problema no radica en el uso de estas herramientas, que pueden ser muy eficaces según la situación. Lo que parece especialmente perjudicial es la dependencia escritural subyacente e incluso la despersonalización que estas herramientas pueden conllevar. La banalidad y la impersonalidad de las frases creadas sin vena ni ironía, compuestas ad infinitum de ideas remezcladas, corren el riesgo de empobrecer la escritura de los autores, atrapados ellos mismos por la facilidad de escritura que tienen a mano y por una paz editorial (pre)fabricada.

Stéphanie Parmentier, profesora y bibliotecaria, doctora diplomada en literatura francesa y sic. Investigadora adscrita al laboratorio IMSIC de la Universidad de Aix-Marsella (UMA).

Este artículo ha sido republicado de The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lea el artículo original.


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