El 2 de julio se cumplen 60 años de la muerte de Ernest Hemingway. Un recorrido por su casa de Florida y sus lugares favoritos en Italia.
Isla tras isla, cayo tras cayo, la península de la Florida se adentra en el Caribe. En Key West o Cayo Hueso, la última del rosario de islitas que se unen por medio de extensos puentes sobre el mar, un monumento indica que Cuba está a sólo 150 kilómetros: más cerca que Miami, el punto de partida habitual para recorrer la “ruta de los cayos” en el extremo sudeste de Estados Unidos. Paradojas de una geografía desencontrada con la historia.
Como un espejo, Key West y Cuba fueron hogares del escritor, periodista y pescador Ernest Hemingway en distintas épocas de su vida. Y, como en La Habana, también en la mínima islita estadounidense se lo homenajea con una casa museo que recuerda aspectos de su vida y obra. El paso del tiempo desdibujó un poco su reputación como novelista, potenciada también por el éxito de muchas versiones de sus obras en la pantalla grande, pero no le quitó nada al aura mítica de su personaje, que tiene algo de la quintaesencia del escritor y el periodista. Esas huellas son las que se siguen hoy en la que fue durante varios años, antes de su estancia en Cuba, la casa de Hemingway en Key West.
Key West o Cayo Hueso
Como casi todo en Florida, Key West es bilingüe. Cayo Hueso, su nombre original, es el que le dieron los exploradores españoles, que se encontraron con un lugar lleno de huesos de viejos pobladores: esta isla, al parecer, había sido refugio de marginales, de piratas, de buscadores de tesoros, que allí tuvieron también su último descanso. Una mala traducción al inglés daría como resultado, tiempo después, Key West.
Pero Cayo Hueso es el nombre que usan los guías que dan la vuelta a la isla, los folletos turísticos difundidos por doquier y los incontables hispanohablantes de Florida. La isla es la última de una ruta océanica que pasa por Cayo Largo, Isla Morada, Marathon y Big Pine Key antes de desembocar en estas costas que fascinaron a Hemingway y hoy siguen siendo famosas por la poderosa fuerza rojiza de sus atardeceres. La ruta es célebre por su encanto: lejos de las autopistas habituales de la región, tiene una sola mano de ida y una de vuelta, aunque es muy cómoda de transitar porque hay algunos tramos más amplios y varios lugares donde parar en el trayecto. Si hay poco tiempo, se puede recorrer ida y vuelta en el día desde Miami, aunque es mucho más interesante pasar una noche en el último cayo (y evitar el tránsito lento del regreso, ya que los límites de velocidad son estrictos y por lo tanto se tarda al menos tres horas para completar el recorrido).
Hemingway –por entonces residente en París– visitó Key West por primera vez en 1928 siguiendo el consejo de John Dos Passos, uno de los grandes colegas de su generación. Sin embargo, no llegó desde Europa, sino por mar desde La Habana. Tenía que quedarse dos días, junto a su esposa, Pauline Pfeiffer, pero terminaron siendo seis semanas: una estadía inesperada durante la cual terminó su novela Adiós a las armas pero también se enamoró del lugar y de su gente. Allí hizo amigos como Charles Thompson y el capitán Edward “Bra” Saunders, que lo iniciaron en la pesca deportiva. Desde entonces, durante tres años los Hemingway volvieron a Key West cada invierno: y finalmente, en abril de 1931, compraron una gran casa en Whitehead Street 907, donde el escritor vivió hasta 1939 y su mudanza a La Habana. Pero esa mudanza no incluyó a Pauline: mientras él se fue con una nueva mujer, ella vivió en la casa de Whitehead con sus hijos hasta su muerte, en 1951.
El penique de Hemingway
La casa de la calle Whitehead sigue de pie rodeada de los árboles que proporcionan una sombra bienvenida frente al sol tropical. Unas pocas cuadras la separan de Duval Street, la variopinta calle principal de la isla, típica arteria turística de una localidad balnearia que se ve invadida de visitantes a la hora del desembarque de los cruceros, y se desgrana entre negocios de recuerdos y restaurantes de comida rápida. Pero bastan unos pasos para alejarse del bullicio y adentrarse por calles tranquilas y soleadas, donde se ofrece de vez en cuando el alquiler de cochecitos eléctricos y se ve pasar los grupos de turistas rumbo al monumento que, junto a la costa, indica 90 millas de distancia hasta Cuba. Todo un icono.
La mansión de los Hemingway, levantada en 1851 por un magnate de los barcos, fue construida en coral de la zona, en estilo colonial español. Y a pesar del tiempo pasado, aún conserva el sello personal que ambos le supieron dar: de lo que había sido una casona derruida, hicieron una suerte de museo personal habitado con muebles comprados en Europa, trofeos traídos de los safaris africanos del escritor y, naturalmente, muchos libros. El exuberante jardín que la rodea, donde los visitantes se toman un descanso después de subir la estrecha escalera que lleva a los balcones y las habitaciones del piso superior, fue plantado por Pauline, con palmeras, árboles y flores tropicales: hoy es, desde los umbrales donde Hemginway solía disfrutar las tardes en compañía de amigos, una pequeña selva. Durante los años de Key West, el escritor también cubrió como corresponsal la Guerra Civil Española: y fue precisamente durante una de sus ausencias que Pauline decidió darle una sorpresa y construir una pileta. A un costo exorbitante: 20.000 dólares, frente a los 8000 que había costado la casa entera… El episodio da pie a una anécdota de los guías: estremecido por el precio exorbitante del “regalo”, un semidesesperado Hemingway habría tomado un penique de su bolsillo y se lo habría dado a su esposa, afirmando: “Aquí lo tienes, toma el último penique que me queda”. Se non é vero… é ben trovato: la cuestión es que el penique, o algún heredero idéntico, está pegado en el cemento que rodea la piscina y es objeto de la “busqueda del tesoro” de parte de los visitantes de la casa. Disgustos aparte, Hemingway solía disfrutar esta piscina de agua salada –que fue la primera de la isla– en las tardes tropicales de Key West.
El escritor y los gatos
La casa de Hemingway es, además de un templo de recuerdo al escritor, un paraíso para los gatos. Y no cualquier gato: los 40 o 50 que hoy tienen toda clase de refugio en la finca tienen seis dedos: son los descendientes de un felino de seis dedos llamado Snow White que, según la leyenda, un capitán de barco le regaló a Hemingway durante sus años en Key West. Los hay de todas las razas, colores y tamaños: y como la mayoría están emparentados –condición isleña obliga– la característica genética de los seis dedos es común de ver en las decenas de mininos que se pasean por toda la casa y, a veces, duermen cómodamente estirados a la vista de todo el mundo sobre la cama de Hemingway. Al final de sus vidas, tienen también un curioso cementerio propio en el jardín trasero, con su correspondiente nombre, lápida y fecha de deceso.
Habitación tras habitación, se ven durante el recorrido numerosos recuerdos de Ernest Hemingway, regalos que le hicieron personalidades como Marlene Dietrich y testimonios de sus aficiones personales, como la pesca y la corrida de toros. Están también la silla cardenal usada en la producción de la obra La quinta columna, y un escritorio de viajes del siglo XVIII, con tres compartimentos secretos. En el comedor hay muebles españoles del siglo XVIII y estatuas de porcelana italiana, así como un candelabro de cristal veneciano y una antigua botella de licor… con llave. En el dormitorio de la planta alta, además de gatos, hay una cama grande construida sobre dos pequeñas, con respaldo español y una cómoda donde descansa un gato de cerámica, réplica de uno que fuera regalo de Pablo Picasso. Entre los sitios más interesantes está el estudio de Hemingway, donde escribió Tener o no tener, Por quién doblan las campanas y otras obras: siempre por la mañana, porque el resto del día… era para vivirlo. Y antes de bajar, no hay que dejar de salir a las galerías que rodean la casa y desde donde se ve el Faro de Key West, el otro gran emblema de la isla, que curiosamente no está a orillas del mar sino un kilómetro tierra adentro.
(Publicado en Página/12, 9-11-2014)
Hemingway en Italia
Hablar de Hemingway es, por supuesto, hablar también del mundo que recorrió como escritor y periodista. Destaquemos al menos uno de esos destinos: en 1919, el novelista le escribía a su amigo James Gamble “tengo tanta nostalgia de Italia que cuando escribo sobre ella surge eso especial que solo se puede poner en las cartas de amor”.
Hemingway estuvo en Italia por primera vez en 1917, poco más que adolescente, como voluntario de la Cruz Roja. En esa ocasión fue enviado al Piave, cerca de Fossalte, para distribuir elementos a los soldados en el frente. Vivía en Casa Botter, en Monastier di Treviso, en tanto la residencia de las ambulancias de la Cruz Roja estadounidense era Ca’ Erizzo, una elegante estructura del siglo XV sobre el río Brenta, en Bassano del Grappa. Allí, en una parte de la villa se estableció un museo con una interesante colección de fotos sobre el escritor y la Primera Guerra Mundial.
En la noche del 8 al 9 de julio de 1918, Hemingway fue alcanzado en las piernas por las esquirlas de un mortero austríaco y fue internado en Villa Fiorita, una residencia veneciana del siglo XVII en Monastier di Treviso, hoy convertido en un hospedaje con una exposición permanente sobre el escritor.
Luego fue trasladado al Hospital Americano de Milán, donde fue operado varias veces. A menudo habló a sus amigos sobre la capital lombarda, donde prefería el Duomo, la galería Vittorio Emanuele y el Teatro Alla Scala.
Durante su convalecencia pasó algunos días en el Lago Maggiore, donde se alojó en el Grand Hotel des Iles Borromées, en la habitación 106 (hoy conocida como la “Hemingway Suite”). Más tarde volvió al lugar, donde solía inscribirse como “an old client”.
Volvería a Italia en 1921, cuando quiso atravesar a pie el Gran San Bernardo para visitar los lugares que había conocido durante la guerra. Y que sin embargo lo decepcionaron. Sobre Fossalta escribió: “Una ciudad reconstruida era mucho más triste que una devastada. Era decididamente como entrar en un teatro vacío después de que se fueran el público y los actores”. Pero en esa oportunidad también visitó Vicenza, Schio, Rovereto, Trento y nuevamente Milán.
En 1923 se alojó en el Hotel Bellevue de Cortina y algunos años más tarde volvió a Italia con su amigo Guy Hickok, para visitar Rapallo, San Marino, Florencia, Rimini, Imola, Bolonia, Parma, Piacenza y Genova.
Su siguiente viaje a Italia fue bastante más tarde: fue en 1948 junto a Mary Welsh, su cuarta esposa. Juntos eligieron vivir en Venecia. En invierno iban a Cortina para esquiar y cazar, mientras en Venecia se hicieron habitués del Harry’s Bar, donde el escritor siempre tenía una mesa reservada para escribir y tomar un Martini o un Valpolicella. En Venecia se alojaban en el Gritti Palace Hotel, refugio de celebridades, en una suite que hoy lleva su nombre.
En 1952 durante breves períodos vivió en Acciaroli, sobre la costa del Cilento; viajó a Sicilia y en 1953 fue a Alassio, donde solía visitar el Caffè Roma. En 1954 llegó a Lignano Sabbiadoro, localidad delimitada por las aguas del Adriático, la laguna de Marano y la desembocadura del Tagliamento, donde solía salir a cazar. El lugar era, para Hemingway, “la Florida italiana”. En recuerdo, Lignano le dedicó un premio literairo internacional y un parque con muestras fotográficas permanentes sobre su vida.
Su último viaje a Italia fue en 1959, con el antropólogo John Friedman. Conoció Lucania y Puglia y visitaron Aliano, un pueblo enmarcado por los Dolomitas Lucanos, Potenza y Matera.
Y para su última voluntad, escribió alguna vez: “Quiero que me sepulten allí, junto al Brenta, donde se levantan las grandes villas con prados, jardines, plátanos, cipreses”. Así lo dejó en un manuscrito, aunque en realidad tras su suicidio en Idaho, los restos del escritor reposan en el cementerio de Ketchum.
Fuente: ANSA
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