“A finales de los cuarenta, principios de los cincuenta, solía comer con Víctor Weybright, el inventor de la Nueva Biblioteca Americana. Víctor me hizo entonces un favor un tanto curioso.
-Tengo el presentimiento -me dijo- de que si escribieses algo bien popular, bajo otro nombre, podríamos venderlo. ¿Sabes?, he tenido un gran éxito con este Mickey Spillane, un éxito fantástico.
-Por Dios, Víctor, no puedo ni leerlo, luego mucho menos escribir como él.
-Claro que no. Lo que estaba pensando… te acordarás de S. Van Dine.
Me acordaba, era un escritor de novelas policíacas, muy popular en los años veinte y treinta.
-Un material muy fino en su género. Bueno, tenemos a Spillane, un autor detectivesco sin pretensiones. Lo que ahora necesitamos es uno elegante, que equilibre a Spillane.
Más adelante, en una fiesta, Víctor me presentó a una pareja inglesa que producían películas: eran los Box.
-¿Qué te parece un apellido así?-, pregunté. Yo estaba escribiendo una novela policial llamada “Muerte improvisada”.
-Excelente, fácil de recordar. Ahora busquemos un nombre.
-Edgar-, dije yo.
El rostro rosado de Víctor irradiaba felicidad.
-Como Edgar Wallace. Bien.
-Como Edgar Allan Poe- repliqué con severidad. Si me iba a prostituir bien lo haría siguiendo los pasos de un maestro.
Durante varios años viví de las ganancias de las tres novelas que escribí como Edgar Box. The New York Times le prodigaba elogios a Box; luego, cuando años más tarde publiqué las tres en un solo volumen confesando ser el autor, el Times se retractó de sus tres buenas críticas sustituyéndolas por una negativa.
(Fuente: Gore Vidal. Una memoria)
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