El reciente VIII Congreso de la Lengua Española organizado en Córdoba fue la ocasión para presentar oficialmente una nueva edición conmemorativa (en 2013 hubo otra, cuando fueron los 50 años de la publicación original en 1963) de Rayuela, la más famosa novela de Julio Cortázar, considerada su obra maestra (una valoración en permanente en discusión) y famosa tanto por su desestructuración como por el tierno y perdurable personaje de la Maga.
Rayuela, que se iba a llamar Mandala hasta que Cortázar pensó que el título era pedante, o que se asociaba con “mandala a…” -acentuando a la argentina- atraviesa las décadas consagrada como clásico pero también ampliamente discutida por quienes ven en sus ansias de experimentación las visibles marcas del tiempo. O no: a cada lector su Rayuela, al fin y al cabo.
Pero esta tiene un plus, o mejor dicho dos: por un lado el regreso de la tapa original, con la rayuela que el propio Cortázar dibujó para la primera edición, y la inclusión en facísimil del Cuaderno de Bitácora, las notas que el escritor fue trabajando en paralelo con la escritura de la novela, reseñando su proceso de génesis. ¿Fue Rayuela una novela cuidadosamente planificada… o no? Según Vargas Llosa, la principal figura de la presentación en Córdoba, no. Cuenta el autor de La ciudad y los perros que se sorprendió el día que le preguntó a Cortázar, quien le aseguró que nunca sabía qué seguiría en la hoja cada día.
Estuvieron en la presentación en Córdoba, además de Vargas Llosa, el nicaragüense Sergio Ramírez, al presidente de la RAE Santiago Muñoz Machado y el de Academia Argentina de Letras, José Luis Moure. La nueva edición, como las anteriores a cargo de Alfaguara, forma parte de la colección que patrocina la RAE y que ya incluye al Quijote, de Miguel de Cervantes; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; o Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos. En el caso de Rayuela, el volumen incluye textos complementarios de Gabriel García Márquez, Adolfo Bioy Casares, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Sergio Ramírez, Julio Ortega, Andrés Amorós, Eduardo Romano y Graciela Montaldo.
Vargas Llosa se explayó largamente sobre su amistad con Cortázar, a quien conoció en París en 1958, contando anécdotas sobre el escritor y su esposa, Aurora Bernárdez, en apoyo de su teoría de que no resulta posible comprender la obra cortazariana sin dilucidar aspectos de su biografía.
“Había un rumor ya en esa época -comentó-, que en la casa de los Cortázar había un cuarto donde Julio Cortázar se encerraba a jugar. Armaba mecanos, o tocaba su trompeta -le gustaba mucho el jazz- y simplemente era un cuarto de juguetes. Y yo creo que por lo menos el Cortázar de aquellos años -después cambió mucho- no me hubiera sorprendido nada que pasara algunas horas exactamente como los niños, jugando”. “La gran novedad, la verdadera revolución” de Rayuela “creo que no fue la estructura, absolutamente insólita, sorprendente, sino probablemente que era la primera novela en la historia de la lengua española que introducía el juego como elemento absolutamente esencial. Ya desde el título. A lo largo de la novela todos los personajes, sin excepción, se entregan al juego, a distintos tipos de juego”.
Sin embargo, para Vargas Llosa Rayuela no es “la gran obra de Julio Cortázar. Yo creo que el Cortázar del futuro -será siempre leído, tendrá siempre admiradores devotos-, probablemente el Cortázar más verdadero, será el de los cuentos. Fue un cuentista verdaderamente excepcional, que tiene pocos equivalentes en su época”.
Por su parte Sergio Ramírez recordó que para los escritores de su generación “la década del 60 fue una década de retos, desafíos e interrogantes como ninguna otra. Entrar en el universo de la literatura precisaba de héroes literarios, de iconos. La literatura ampliaba la rebeldía” y “el hecho de escribir no se separaba de la idea de acción”.
“El espíritu de Julio Cortázar flotaba sobre las aguas revueltas de la historia, los cronopios que querían tomar por asalto por el poder -porque los seres humanos quedaban inexorablemente divididos en cronopios, esperanzas y famas. El mundo anterior no servía, se había agotado: Rayuela planteaba la destrucción sistemática de todo el catálogo de valores de Occidente, sin hacer propuestas. Se quedaba en una operación de demolición y no aspiraba a más. Las propuestas políticas de Julio Cortázar vinieron después”.
El desafío de la lectura de Rayuela -“compleja en la trama, la propuesta de lectura, las vidas de los personajes”- sigue así vigente, tal como recordó José Luis Moure, precisando que se intentó hacer con la nueva publicación una edición “que le sirva al lector”.
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