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Grecia, el deber de oír el grito

Cuando un griego recorre Grecia, su viaje se transforma fatalmente en una búsqueda dolorosa de su deber. ¿Cómo llegar a ser dignos de nuestros antepasados y continuar, sin deshonrarla, la tradición de nuestra raza? […] Un paisaje griego no nos produce a nosotros, los griegos, un estremecimiento de belleza desinteresada, el paisaje tiene un nombre – se llama Maratón, Salamina, Olimpia, las Termópilas, Mistra-, está ligado a un recuerdo; aquí fuimos deshonrados, allí nos cubrimos de gloria, y de pronto el paisaje se transforma en una historia llena de lágrimas y de tribulaciones. Y el alma entera del peregrino griego se conmueve. Cada paisaje griego está tan impregnado de felicidades y de desdichas que han tenido repercusión mundial, tan pleno de esfuerzo humano, que se yergue ante uno, severo, y es imposible sustraerse. Se convierte en un grito y hay el deber de oírlo.

Niko Kasantzakis. Carta al Greco. Lohlé-Lumen


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