La próxima vez que le digan que la música rock, las novelas gráficas y los videojuegos violentos están corrompiendo a la juventud, recuerde que el novelista alemán Johann Wolfgang von Goethe lo hizo primero. A los 23 años, su relato sobre una desventurada juventud, Las penas del joven Werther, atrapó a los lectores y molestó a los moralistas.
Como un teutónico Holden Caulfield, el sensible y romántico Werther está disgustado con los huecos valores de la sociedad. Apasionadamente enamorado de Lotte, prefiere morir más que verla casarse con el insulso, lento Albert y, en un irónico giro, se suicida de un disparo usando las pistolas de su prometido.
Goethe encontró muy cerca la inspiración para esta historia. Como abogado recién graduado en Wetzlar, se hizo amigo de Karl Jerusalem, quien le presentó en un baile a Johann Kestner y su novia, Charlotte. Goethe se enamoró profundamente de la joven, de 19 años, pero ella prefirió al sólido Johann. Desolado, Goethe se fue de Wetzlar pero permaneció en contacto con la pareja e incluso fue a su boda.
Goethe no fue el único hombre desdichado en el amor. Cuando una mujer casada rechazó a Jerusalem, él pidió prestadas dos pistolas a Kestner y se suicidó. Goethe combinó su pena con la tragedia de Jerusalem y escribió su primera novela en solo cuatro semanas.
Las penas del joven Werther se convirtió en “el” libro que leer en 1774. La edición oficial fue traducida a varias lenguas, en tanto ediciones piratas inundaban el mercado. Los escritores se subieron a la ola con historias al estilo Werther. Los empresarios fabricaron memorabilia para los fanáticos como cajas para pan decoradas con escenas de la novela y estatuillas de porcelana de Werther y Lotte. Los jóvenes copiaban la vestimenta de Werther, un chaquetón azul con pequeños botones, cinturón de cuero, botas marrones y un sombrero de ala redonda. La tumba del pobre Jerusalem se convirtió en el escenario de ceremonias especiales.
Pero algunos países prohibieron el libro cuando algunos hombres, y al menos una mujer, siguieron el impulso de Werther y se suicidaron, fortanzado al editor a agregar en las nuevas ediciones una advertencia de Werther de “ser un hombre y no seguirme”.
Todo el mundo estaba feliz con el éxito de Werther, al parecer, excepto los Kestner. “La verdadera Lotte… estaría entristecida si fuera como la Lotte que usted ha pintado”, le escribió el señor Kestner a Goethe. Y sobre Albert, lamentó: “¿Era necesario que lo hiciera usted tan tonto?”.
Goethe intentó hacer correcciones, pero no pudo evitar alardear un poco. “Dígale a Charlotte -afirmó- que debe saber que su nombre es pronunciado por mil labios sagrados con reverencia, seguramente es una compensación por las ansiedades que escasamente… molestarían a una persona en la vida común, donde uno está a la merced de toda habladuría”.
Tal vez. También podría ser que -para un hombre rechazado en el amor- el éxito sea la mejor venganza.
Bill Peschel, Writers Gone Wild.
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