La «trampa» que salvó a Dante de los nazis

En 1944 los nazis intentaron robar de su tumba en Ravenna los huesos de Dante Alighieri, fundador de la lengua italiana y autor de la Divina Comedia, pero fueron víctimas a su vez de un engaño que logró burlar el insólito operativo.

Sergio Roncucci, uno de los protagonistas del caso, cuenta en un artículo -publicado en la revista Pen Italia con fecha del 1 de julio de 2021, en ocasión de los 700 años de la muerte de Dante- que, cuando supo sobre la situación, la Resistencia de la región ayudó al cura del lugar a reemplazar los huesos del poeta por los de un desconocido.

Roncucci, de 87 años, afirma en el artículo que espías norteamericanos alertaron la Resistencia italiana sobre la orden de Adolf Hitler de robar los restos, con el objetivo de llevarlos a un gran museo que sería diseñado en Alemania por el arquitecto del régimen, Albert Speer.

Los proyectos de Hitler fueron descubiertos en Italia por el Office of Strategic Services norteamericano, que a su vez informó a la Organizzazione per la Resistenza italiana (ORI) de Raimondo Craveri, yerno de Benedetto Croce.

El encargado de la “operación Dante” era el coronal de la SS Alexander Langsdorff, un estudioso de la prehistoria, arqueólogo de expediciones a MEdio Oriente, integrante del Estado Mayor de Himmler durante seis años y colaborador de la Sociedad de Investigación de la Herencia Ancestral, que se interesaba en las reliquias del pasado.

Al conocer los planes, Croce avisó al especialista en estudios griegos Manara Valgimigli, quien a su vez advirtió a monseñor Giovanni Mesini.

Fueron Bruno (el padre de Sergio) y Giorgio (su hermano) quienes ayudaron a Mesini y al guardián de la tumba Antonio Fusconi a cambiar los huesos en la noche del 22 al 23 de marzo de 1944. 

Hitler se enteró luego de lo ocurrido, pero para entonces ya tenía otros problemas en puerta: y así como no prosperó su proyecto de robar los huesos de Dante, no concretó tampoco el plan que aparentemente tenía de quedarse con los restos de otras figuras literarias europeas tras su conquista de continente (entre ellos Cervantes, Emile Zola, Molière, Tolstoi y Shakespeare).

James Joyce y el libro prohibido

El Ulises, de Joyce, había obtenido infinitos rechazos en incontables editoriales y, especialmente, por parte de microcéfalos funcionarios de aduanas que obedecían órdenes superiores (los censores de correos, doctos en materia literaria). Pero el libro aún no había sido vetado por la justicia. Este requisito era necesario para poder lograr un dictamen legal, favorable o no. La editorial norteamericana recurrió a un truco. Envió un funcionario a París, que se puso en contacto con Sylvia Beach y obtuvo un ejemplar del libro. De vuelta a New York, un día muy caluroso, se encontró con aduaneros enervados por el bochorno que lo invitaron a pasar sin siquiera abrir las maletas. Pero el mensajero protestó y exigió que revisaran su equipaje porque llevaba un libro prohibido. El aduanero se quejó amargamente de que lo hicieran trabajar con semejante temperatura y cuando vio el cuerpo del delito comentó: «Pero si todos los turistas que vienen de Francia traen el Ulises».

Sin embargo se resignó, se hizo cargo del libro maldito y lo puso en manos de sus jefes. Ahora había una base para iniciar la querella, que terminó con el fallo absolutorio del juez, J.M. Wolsey, cuyo nombre no figura entre los grandes de la literatura, con torpe injusticia. Su Señoría dictaminó que el libro podía ser «vomitivo, pero no inmoral».

 

(Fuente: Juan Carlos Onetti. Confesiones de un lector)

Charles Baudelaire en busca de imaginación

Cuenta González Ruano en su libro «Baudelaire» que éste, tan solitario en su lujuria, es para muchos sospechoso de virginidad. Algunos amigos reciben la confidencia desconcertante de mujeres que han conocido íntimamente a Baudelaire, que el poeta «no las usa». A más de un indiscreto que le pregunta el motivo, él responde con frases como ésta:

«¡Ah, son muy aburridas, la de anoche tenía los senos donde la de antenoche: en el pecho, ¡Qué falta de imaginación!».

 

(Fuente: González Ruano. Baudelaire)

Anaïs Nin, la (demasiado) sincera

Anaïs Nin paró en la acera a Jane Bowles, quien iba acompañada de su marido, Paul Bowles, que siguió adelante. Cuando Jane se reunió con Paul, contó a este quién era la extraña mujer. «¿Y por qué te paró?», inquirió él.

Como siempre, Jane fue literal y directa: «Sentía que tenía que decirme ella misma lo mala escritora que soy».

(Fuente: Anaïs Nin. Correspondencia)

Despistes…

ABC, Madrid, 6-3-56

Desde Sudáfrica escribe don José Salas y Guirior:

Decía el Marqués de Santillana que «en azúcar muy poca, yace mucho dulzor».

Y al final insiste así: «Era el profundo sabor de las cosas mínimas. Como el de las mujeres pequeñas, tan dulces como en los versos del Marqués de Santillana».

Aunque el Marqués de Santillana está considerado el primer poeta del siglo XV, fue don Juan Ruiz, arcipreste de Hita, quien en el cántico 1610 del Libro del Buen Amor dice:

«En pequeña jirgonza yace gran resplandor,

en azúcar muy poco yace mucho dulzor».

Las riberas del Eo es un periódico de información galaico-asturiano. Jesús Otero Pérez escribe en él:

«Fidalgo Villaveiran, tan excelente amigo como gran pedagogo e investigador, anda estos días tras la vida intensa de un asturiano ilustre, Juan del Llano Ponte, que en 1864 hacía suya la frase del famoso Azorín: «Viajar y ver».

Genial clarividente don Juan del Llano Ponte, porque Azorín nació en Monóvar, Alicante, en 1874.

Nueva España, Huesca, 24-2-55

Título: HA FALLECIDO A LOS 87 AÑOS EL FAMOSO ESCRITOR Y DIPLOMATICO PAUL CLAUDEL

El texto de la necrológica repasa la vida del escritor, y detalla: «Siguiendo simultáneamente su carrera literaria, su vida se vio grandemente afectada por su conversión al catolicismo cuando tenía noventa y un años».

 

Sin embargo, Paul Claudel murió a los ochenta y siete años (como dice el título).

 

Nota necrológica publicada en La voz de España, 22-12-53

«Con una imponente manifestación de duelo se han celebrado en Vera de Bidasoa las honras fúnebres de quien fuera en vida destacado artista, don Ricardo Baroja (q.e.p.d.). Renovamos nuestro pésame a sus deudores».

 

La Voz de Asturias, Oviedo, 28-2-54

Nota de Ricardo Eguren: «…digo a los adinerados que tienen pensamientos de hombre con corazón generoso, que deben fijarse en aquella poesía de Gustavo A. Bécquer, cuando dice: «Cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando».

 

De acuerdo, hay que fijarse en esa hermosa poesía, para darse cuenta de que se encuentra en las «Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre», escritas en 1476.

 

(Fuente: E. Acevedo. Enciclopedia del despiste nacional)

 

Fernando Savater

En casa, no todos disfrutábamos de la televisión en el mismo grado. Algunos la cogieron ya tarde y nunca lograron entenderla del todo. Por ejemplo, mi abuela Victoria solía comentarle a mi madre cuando varios locuaces bustos llevaban varios ratos debatiendo: «Maruja, me parece que estos señores querrán tomar algo» .

(Fuente: Fernando Savater. Mira por dónde)

Edgar ¿qué Edgar?

«A finales de los cuarenta, principios de los cincuenta, solía comer con Víctor Weybright, el inventor de la Nueva Biblioteca Americana. Víctor me hizo entonces un favor un tanto curioso.

-Tengo el presentimiento -me dijo- de que si escribieses algo bien popular, bajo otro nombre, podríamos venderlo. ¿Sabes?, he tenido un gran éxito con este Mickey Spillane, un éxito fantástico.

-Por Dios, Víctor, no puedo ni leerlo, luego mucho menos escribir como él.

-Claro que no. Lo que estaba pensando… te acordarás de S. Van Dine.

Me acordaba, era un escritor de novelas policíacas, muy popular en los años veinte y treinta.

-Un material muy fino en su género. Bueno, tenemos a Spillane, un autor detectivesco sin pretensiones. Lo que ahora necesitamos es uno elegante, que equilibre a Spillane.

Más adelante, en una fiesta, Víctor me presentó a una pareja inglesa que producían películas: eran los Box.

-¿Qué te parece un apellido así?-, pregunté. Yo estaba escribiendo una novela policial llamada «Muerte improvisada».

-Excelente, fácil de recordar. Ahora busquemos un nombre.

-Edgar-, dije yo.

El rostro rosado de Víctor irradiaba felicidad.

-Como Edgar Wallace. Bien.

-Como Edgar Allan Poe- repliqué con severidad. Si me iba a prostituir bien lo haría siguiendo los pasos de un maestro.

Durante varios años viví de las ganancias de las tres novelas que escribí como Edgar Box. The New York Times le prodigaba elogios a Box; luego, cuando años más tarde publiqué las tres en un solo volumen confesando ser el autor, el Times se retractó de sus tres buenas críticas sustituyéndolas por una negativa.

(Fuente: Gore Vidal. Una memoria)

A bordo con Manuel Mujica Lainez

Cierta vez, Manuel Mujica Lainez viajó en un avión junto a un grupo de escritores. Refiriéndose a Jorge Luis Borges, quien también compartía el vuelo, dijo Manucho: «Si se cae el avión, éste nos va a arruinar la necrológica, todas las notas van a ser para él».

(Fuente: Cristina Mucci. La señora Lynch. Norma)

El traductor despistado

Ediciones Cultura Hispánica publicó en 1952 una «Antología de la poesía brasileña». Allí dice: «Introducción y traducción de Renato de Mendonça».

Terminada la introducción, don Renato aclara:

Traducción de la primera parte, Rafael Morales.

Traducción de la segunda parte, Santos Torroella.

La antología está dividida en dos partes, la primera «Poetas clásicos y parnasianos»; la segunda «Poetas modernos».

En consecuencia, es evidente que don Renato no tradujo nada.

(Fuente: E. Acevedo. Enciclopedia del despiste nacional)

Julio Cortázar y Aurora Bernárdez

 

[…] Los había conocido a ambos un cuarto de siglo atrás, en casa de un amigo común, en París, y desde entonces, hasta la última vez que nos vimos juntos, en Grecia, nunca dejó de maravillarme el espectáculo que significaba ver y oír conversar a Aurora y Julio, en tándem. Todos los demás parecíamos sobrar. Todo lo que decían era inteligente, culto, divertido, vital. Muchas veces pensé: «No pueden ser siempre así. Esas conversaciones las ensayan en su casa, para deslumbrar luego a los interlocutores con las anécdotas inusitadas, las citas brillantísimas y esas bromas que, en el momento oportuno, descargan el clima intelectual».

[…] Cada vez que él y Aurora llamaban para invitarme a cenar era la fiesta y la felicidad y ese recinto misterioso que, según la leyenda, existía en su casa, en el que Julio se encerraba a tocar la trompeta y a divertirse como un niño: el cuarto de los juguetes. […] El cambio de Cortázar, el más extraordinario que me haya tocado ver en ser alguno, una mutación que a veces se me ocurrió comparar con la que experimenta el narrador de Axolotl, ocurrió, según la versión oficial que él mismo consagró, en el mayo francés de 1968. Tenía cincuenta y cuatro años.

[…] Pero el cambio de Julio fue mucho más profundo y abarcador que el de la acción política. Estoy seguro que empezó un año antes del 68, al separarse de Aurora. En 1967, ya lo dije, estuvimos los tres en Grecia trabajando juntos como traductores. Pasábamos las mañanas y las tardes sentados a la misma mesa, en la sala de conferencias del Hilton, y las noches, en los restaurantes de Plaka, al pie de la Acrópolis, donde infaliblemente íbamos a cenar. Cuando regresé a Londres, le dije a Patricia: «La pareja perfecta existe. Aurora y Julio han sabido realizar ese milagro: un matrimonio feliz». Pocos días después recibí carta de Julio anunciándome su separación. Creo que nunca me he sentido tan despistado.

La próxima vez que lo volví a ver, en Londres, con su nueva pareja, era otra persona. Se había dejado crecer el cabello y tenía unas barbas rojizas e imponentes, de profeta bíblico. Me hizo llevarlo a comprar revistas eróticas y hablaba de marihuana, de mujeres, de revolución, como antes del jazz y de fantasmas. […] ¿ Era Julio Cortázar? Desde luego que lo era, pero como el gusanito que se volvió mariposa o el faquir del cuento que luego de soñar con maharajás, abrió los ojos y estaba sentado en un trono, rodeado de cortesanos que le rendían pleitesía.

Este otro escritor, me parece, fue menos personal y creador como escritor que el primigenio. Pero tengo la sospecha de que, compensatoriamente, tuvo una vida más intensa, y acaso más feliz que aquella de antes en la que, como escribió, la existencia se resumía para él en un libro. Por lo menos, todas las veces que lo vi, me pareció joven, exaltado, dispuesto. Si alguien lo sabe, debe ser Aurora, por supuesto. Yo no cometo la impertinencia de preguntárselo. […]

(Fuente: Mario Vargas Llosa. Prólogo a los Cuentos Completos de Julio Cortázar. Alfaguara)

Leopoldo Lugones en el espejo

Emilia Santiago Cadelago, gran amor de Leopoldo Lugones, cuenta esta anécdota a María Inés Cárdenas de Monner Sans, autora del libro «Cuando Lugones conoció el amor».

Un día, quizás el de nuestra última conversación acerca de su romance, Emilia me dijo: «Lugones pensó en mí en el momento de morir. El día de su muerte, estando en Montevideo con una amiga, tomé un espejo para arreglarme. Mientras lo sostenía en mis manos y sin golpearlo, el cristal se hizo añicos. En ese momento recordó mi amiga una pregunta que le había hecho Lugones: «¿Y si un día te llamara con un grito incontenible?».

(Fuente: M.A. Cárdenas de Monner Sans. Cuando Lugones conoció el amor)

La Academia Francesa

En marzo de 1897 los dos nuevos inmortales electos para la Academia Francesa de Letras eran el Ministro del Exterior, quien había escrito un volumen sobre Richelieu, y y el conde de Mun, orador. Durante la elección se desató un escándalo mayor, académicos que votaron con tarjeta blanca, nuevas vueltas de votos… al final los nuevos electos triunfaron por muy poco. Emile Zola, en tanto, obtuvo por décima vez sólo dos votos.

(Fuente: Illustrazione Italiana, 1897)

El Premio Nobel

Cuenta Cansinos Assens que el Nobel era una obsesión para muchos escritores, que debían movilizar a todos sus amigos para que enviaran pliegos de firmas solicitando la distinción. Liceos, universidades, centros regionales y academias debían acribillar a los académicos suecos pidiendo el premio para su candidato. Este, a su vez, debía juntar todos los recortes periodísticos acerca de sus obras, para que supieran en Suecia la importancia que tenían en las letras de su país.

Así lo venían haciendo Concha Espina (que hasta tenía libros traducidos al sueco) y Blanco-Fombona, sin saber que ese año ambos serían burlados: el Nobel fue para Grazia Deledda. Gran disgusto de Concha Espina, sobre todo porque se lo habían otorgado a una mujer, lo cual amargó aún más a la escritora española, que llamaba a la italiana «autora de cuentitos regionales«. A su vez Blanco-Fombona, sabiendo que Espina era su rival, la llamaba «vieja bruja, sacritanesca, ¡quererse medir conmigo!».

La conspiración académica le quitó un año el Nobel a Salvador Rueda. La anécdota la contó A. Palacio Valdés: «Nos enteramos tiempo y lo impedimos: «¡Hombre, un panteísta, anticatólico..!». Y reflexiona Cansinos Assens: «¡Qué ganas de amargarse la vida de escritor, ya de por sí tan amarga. Sí, pero el millón de coronas…».

(Fuente: Rafael Cansinos Assens)

Baudelaire, el académico

Charles Baudelaire soñaba con entrar a la Academia Francesa de Letras, ocupar uno de los dos sillones entonces vacantes, vestir el uniforme verde… En tanto, en la Academia -cuenta su biógrafo- la candidatura de Baudelaire indigna hasta a los cortinajes y al terciopelo de los sillones. «¿Es que pretende burlarse de lo más respetable que hay en Francia? ¡Es cierto entonces que es un loco peligroso!».

(Fuente: González Ruano. Baudelaire)

Hermann Hesse ¿ensueños o tonterías?

Cuenta Hermann Hesse que una vez recibió una carta de un librero de Berna, contándole que uno de sus clientes, un obrero de Emmental, le había encargado su libro «Ensueños». El librero se lo dio y a los pocos días vuelve el comprador con el libro, que le devolvió diciéndole: «Jamás cayó bajo mi vista tan reverenda tontería».

(Fuente: Hermann Hesse. Cartas)

Los caimanes de García Márquez

García Márquez llegó a Barcelona, todavía su novela [Cien años de soledad] no era un éxito. Había salido de Colombia con escasos dólares, pero en cambio se trajo dos pieles de caimán que pretendía vender. Yo no sabía qué podía hacer con ellas, así que no le fui de gran utilidad.

(Fuente: Joaquín Marco, La llegada de los bárbaros, Edhasa)

Piglia, Abraham y la voz de Macedonio

Cuando Piglia vivía en la pensión del barrio de Almagro había una mujer que vendía flores en la calle. No recuerdo el modo del abordaje que el escritor le hizo a la florista, pero el hecho es que le atrajo el personaje, posiblemente haya intuido que ocultaba algún secreto que podía cambiar su destino pigliano. En fin, la florista le dijo que había conocido a Macedonio Fernández, íntimamente. Piglia la invitaba a tomar café con leche con medialunas en Las Violetas. El hecho es que la mujer estaba loca, había estado en un psiquiátrico, y deambulaba creyéndose muerta por la avenida Rivadavia agarrada a un grabador Geloso. Un día, la mujer desapareció, quiso él averiguar su paradero y no lo consiguió, pero una encomienda llegó a la pensión con el nombre de ella estampado. Era el grabador. El carretel con la cinta estaba puesto. Piglia lo hizo funcionar. Se escuchaba una voz débil y lejana que parecía cantar, y por fin una voz de hombre interfiere con el canto de la mujer, son unas palabras, nada más. ¿La voz de Macedonio?

Dice Piglia: «Ese grabador y la voz de una mujer que cree estar muerta y vende violetas en la puerta de la Federación de Box de la calle Castro Barros, fueron para mí la imagen inicial de la máquina de Macedonio en la ciudad ausente: la voz perdida de una mujer con la que Macedonio conversa en la soledad de una pieza de hotel».

Fuente: Tomás Abraham. Fricciones. Sudamericana

La prueba en sus manos

Contaba el escritor argentino Manuel Mujica Lainez, autor de Bomarzo, que en el archivo de La Nación trabajaba la princesa Puczyma, perteneciente a la gran nobleza polaca, quien odiaba a los judíos.

Un día, en un cóctel rodeada de gente, la princesa ve entrar a Alberto Gerchunoff y le pregunta con su voz varonil:

-¿Es cierto que usted es judío?- Sí, le responde Gerchunoff -y si usted quiere pongo la prueba en sus manos.

(Fuente: La Nación)

Siempre sale el sol

En 1925, Gertrude Stein, en este orden, estaba orgullosa de su Ford y de Alice Toklas.

Iba a pedir una opinión a un mecánico de la banlieue, expertos en autos americanos pero que no sabía inglés. Los otros mecánicos franceses no sabían inglés ni nada de autos americanos. El mecánico tenía ayudantes «que se comportaban como golfos guturales». Ninguno le hizo el menor caso, pero el dueño le arregló el auto.

Gertrude Stein le preguntó qué le sucedía a la muchachada inútil y el mecánico le dijo en francés: «C’est une génération perdue, Madame«. Gertrude pensó que esta frase era lapidaria y la tradujo al joven Hemingway: «Es una generación perdida». Hemingway supo apreciar la ironía de la frase y quiso apropiársela para el título de su primera novela. Pero la llamó “Siempre sale el sol”, mala elección, sin duda

(Fuente: Guillermo Cabrera Infante. Cine o Sardina. Alfaguara)