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Pablo Neruda y Delia del Carril

El 2 de julio de 1943, en el estado mexicano de Morelos, se casan Neftalí Reyes Basoalto (Pablo Neruda) con Delia del Carril Iraeta. Ambos divorciados: la novia 45 años; él, originario de Parral, 39 años. La novia se había quitado 14 años, está al borde de los 60.

En su libro Delia del Carril, la mujer argentina de Neruda, Fernando Sáez describe así el evento:

A pesar del calor del verano y la persecución de los jejenes, temibles mosquitos que no dejan a nadie en paz, el almuerzo de celebración es al aire libre, con cantos, poesías y un entusiasmo que dura hasta el anochecer. Pablo le regala a la novia un collar de plata moldeado en Oaxaca, que le queda perfecto. Si olímpicamente se ha quitado catorce años en el certificado de matrimonio, nadie lo podría poner en duda, su apariencia no da indicios que hagan sospechar que está al borde de los sesenta años.

En agosto del mismo año, Neruda renuncia a sus labores consulares. Lo despiden en México con una fiesta de dos mil personas y parten de vuelta a Chile, en un largo viaje por los países del continente. En Lima coinciden en el mismo hotel con Victoria Ocampo. A pesar de que las relaciones con Neruda son distantes -el poeta ha criticado duramente a los colaboradores de la revista Sur, en especial a Drieu La Rochelle, por sus simpatías nazis-, se sorprende que aparezca con Delia a saludarla y hasta le entregue un regalo.

El presidente del Perú, Manuel Prado, pone a disposición de los visitantes las facilidades para ir hasta las ruinas de Machu Picchu descubiertas en 1911, pero sin ser aún el espacio turístico de hoy. Hicieron un esforzado viaje en mula y muchos trayectos a pie, siguiendo huellas escarpadas. El viaje duró más de tres días hasta llegar al lugar: “Un lugar fantástico que me recordó las ruinas de Pompeya -recuerda Delia-, tú podías ver que quedaban restos de comida dentro de las casas, y vasos de vino, se podía ver la vida que llevaban… muy notable cosa, oye”.

El escritor argentino Jorge Carrol evocó así su encuentro con ella:

“A comienzos de los años 50, en mi primer y ya tan lejano viaje a Santiago de Chile, conocí a Delia del Carril en su santuario-atelier de Los Guindos, rodeada de bellos y extraños grabados, y del cariño de sus muchos amigos, algunos de los cuales como lo recuerda Volodia Teitelboim, tomaron partido cuando después de su divorcio con Pablo Neruda (de la que fue su segunda esposa), el cual dividió de alguna manera en dos, la vida del poeta.

Delia, La Hormiga, como cariñosamente la llamaban sus amigos de toda su centenaria vida, era hermana de la bella Adelina, viuda de Ricardo Güiraldes, el inolvidable autor de Don Segundo Sombra, y reinó durante los difíciles años 30 y 40, en el corazón y en los poemas del chileno.

Apoyada en una mesa me recibió quizá porque sabía que era portador de una carta que le enviaba Oliverio Girondo, y de un fraternal saludo de Raúl González Tuñón. No fue una conversación fácil y acaso tampoco fue lo cordial que yo esperaba. Sin embargo, las defensas cayeron cuando le comenté que formaba parte de un grupo de jóvenes poetas que editábamos Poesía Buenos Aires y le obsequié un ejemplar, creo del Nº 3, donde reproducíamos el Prólogo de Temblor de Cielo, de Vicente Huidobro.

Vicente era un sol. Grandísimo poeta y buen amigo, en las buenas y en las malas.

Y sin más, me invitó a una reunión a la que asistirían Margarita Aguirre biógrafa de Neruda- y su esposo, Rodolfo Aráoz Alfaro, con quienes precisamente en esa reunión recordamos a Oliverio y a Norah Lange, a Alfredo Varela y fundamentalmente me hablaron largo y tendido de Louis Aragon, Paul Éluard y Elsa Triolet.

(…)
Recuerdo y no sé por qué, la luz de su taller instalado en lo que alguna vez fue el comedor del matrimonio entonces inexistente. Por las amplias vidrieras entraba esa luz y también se veía el parque.

Recuerdo su delicada y encantadora conversación, y cómo estaba al tanto de todo, especialmente en política, donde sin la menor duda, fue más consecuente que Neruda.

Recuerdo sus nostálgicos y divertidos recuerdos de Huidobro:

Era un tipo de clase, che. Elegante. Culto. Un huevón encantador.

También y por qué no, la recuerdo como la última vez que la vi en el jardín de Los Guindos, navegando en su silla de ruedas, las mismas nieblas de la arteriosclerosis de mi madre, creyendo que en cualquier momento Pablo regresaría. Ella tenía quizá cien años y hacía veinte que el poeta había marchado para siempre. Por esos días se conmemoraban en Chile los ochenta años del natalicio de Pablo Neruda”.


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©Graciela Cutuli


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