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Las cartas también tienen historia

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Cinco mil años de práctica epistolar, una forma de comunicación que hoy sufre profundas transformaciones en plena era digital, reviven en “Escribir cartas. Una historia milenaria”, del paleógrafo italiano Armando Petrucci.
¿Cuándo y cómo nacen las cartas? ¿Qué formatos adoptaban en épocas en que no existían ni lápiz y papel, pero sobre todo la gran mayoría de la población mundial era analfabeta? ¿Cómo evolucionaron las cartas, de la mano de la escritura y de la progresiva complejización de la sociedad, alcanzando una época de auge en el siglo XIX para volver a quedar nuevamente casi al borde del olvido poco más de un siglo después? La respuesta que surge de los archivos y de la prodigiosa erudición de Petrucci abarca una historia de siglos y contiene sorpresas y curiosidades de todo tipo.
“La desaparición definitiva de las cartas tradicionalmente escritas a mano está, sin duda, próxima. Por lo tanto, ha llegado el momento de narrar su historia milenaria”, propone el investigador desde el comienzo de la obra, editada en castellano por el sello Ampersand.
La práctica de la escritura de cartas sin duda no es lineal: se la menciona por ejemplo en la Ilíada pero no, curiosamente, en la Odisea. Al parecer, Ulises perdido en el Mediterráneo no sintió necesidad alguna de escribir a su casa.
A lo largo de los siglos, las cartas evolucionaron de las tablillas de arcilla o láminas de plomo grabadas a cincel a hojas de pergamino y luego papel, al mismo tiempo que evolucionaban los soportes y los instrumentos de escritura.
El intercambio epistolar, ayer como hoy, tenía sus códigos: Cicerón se quejaba de haber recibido de Bruto una carta de solo tres líneas, algo seguramente considerado descortés. Superando las fronteras de Italia y de Europa meridional, el paleógrafo incursiona en otras regiones y alfabetos, como en una serie de cartas rusas anteriores al siglo XIII que tratan de cuestiones familiares y privadas: “De Boris a Anastasia. Cuando te llegue esta carta envíame un siervo a caballo porque tengo muchas cuestiones que arreglar aquí. Envíame también una camisa. Me olvidé de la camisa”.
“De Gostiaba a Vassili. Lo que mi padre y los míos me han dado ha quedado en sus manos. Y por el momento, después de haber tomado una nueva mujer, no me ha reembolsado nada y ha roto el contrato, me ha abandonado y se ha casado con otra. Ven y arregla bien todo”.
A medida que la organización social evoluciona, avanza con ella la escritura de todo tipo de epístolas y documentos de valor público, semipúblico y privado. “Se puede sostener legítimamente que Europa, después de siglos de abstinencia epistolar, aprendió a ‘volver a escribirse’ justamente cuando descubrió que sus diversas lenguas vernáculas habladas también podían escribirse libremente y que, por lo tanto, se podían redactar y expedir cartas en francés, en español, en italiano, en inglés y en otras lenguas, sin intermediarios de ningún tipo”, explica Petrucci. No faltaban, claro, las irreverencias estudiantiles de todos los tiempos, como la carta que afirma: “Iste scartapacius est mei Guniforti de Saltariis, qui pro podices tergendo optimus existit” (‘Este cartapacio es de Guiniforte Saltari y es óptimo para limpiar culos’). Las mujeres asimismo vuelven a la correspondencia escrita plenamente en el Renacimiento, aunque tendieran a delegar la redacción a escribientes más expertos (como la carta que Teresa, esposa de Sancho Panza, pide a un sacristán que le escriba a su marido de viaje con Don Quijote). Porque sin duda el problema de la comprensibilidad ya se planteaba: como le escribió el futuro Pío II a un mercader sienés: “El mensajero papal, me trajo tu carta, que más apropiadamente definiría como una mezcolanza, no sé si la escribiste en griego o en hebreo, ciertamente no en latín. No entendí una sola palabra y aquí no hubo nadie que pudiese leer tus caracteres, por lo tanto, es como si no me hubieras escrito nada”.
La siguiente revolución -recuerda el investigador italiano- llegaría de la mano de la alfabetización general, la mayor movilidad de la población por el desarrollo de las ciudades, la publicación a través de la imprenta de modelos de cartas y manuales de escritura, la creciente conservación de cartas en consideración a su valor documental, así como la afirmación definitiva del soporte papel.
Lo que sigue es más conocido y reciente: la aparición del sobre en el siglo XIX y la consecuente desaparición del sello, el nacimiento de las estampillas, los nuevos colores de tintas, el nacimiento de la sangría y de las plumas estilográficas, con su evolución en los bolígrafos y la convivencia con las máquinas de escribir primero, y las computadoras después.
Pero lo que no ha cambiado y sigue, incluso en las nuevas versiones digitales, es la concepción más moderna de la correspondencia. Como le decía a Berlioz a Liszt, naturalmente en una carta, “qué feliz me hace conversar contigo esta noche”: es decir, escribirse para conversar, una señal de que el teléfono ya no está muy lejos.

Publicado en ANSA

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©Graciela Cutuli


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